martes, 11 de septiembre de 2012

SERGIO HERNÁN VALLADARES MORALES


 LA SIMPLICIDAD DE VIVIR... 



No lejos de acá,  a unos cuantos kilómetros cuando se va camino hacia Colina, se encuentra el llamado “puente verde”, cerca de lo que hasta hace unos años se llamó “los pasos de Huechuraba”.
 La tecnología y el progreso han cambiado el paisaje completamente y hoy es difícil imaginar como era la vida hace cincuenta años..
Y la vida en estos sectores donde se encuentran el Fundo “El Molino”, San Ignacio y santa Elena tenían otro aspecto. Allí reinaba el color verde, la majestuosidad de la naturaleza, el canto de miles de aves silvestres y por sobre todo el aroma de la hierba y el color de la tierra fértil.
En esos parajes que hoy cubren el progreso, y el incesante fluir de motores, transcurrió la infancia y la juventud de Don Sergio Hernán Valladares Morales.
Don Sergio, había nacido precisamente allí hace 92 años.
En el fundo santa Elena, el día 1º de agosto del año 1920, al llegar a esta tierra,  fue uno más de una extensa familia constituida por varios varones y que la vida les dejaría en la orfandad tempranamente.
Don Clodomiro Valladares y doña Julia Morales Fueron sus padres.
Sergio compartió su infancia, sus juegos y también sus desdichas con una larga lista de hermanos los que uno a uno han ido partiendo.
Una de estas noches confundido en el recuerdo y en la dimensión del tiempo evocando quizás que ensoñaciones los nombraba en un débil susurro:
Osvaldo, Raúl, Víctor, Fernando, Luis, Rosalindo, Auristela, Berta y David.
La vida de trabajo en el campo comienza tempranamente. Todos los campesinos relatan una historia similar y por eso es que Sergio siendo un niño de ocho años ya comenzó a sentir el rigor de la tierra y su trabajo.
Fueron los surcos de Santa Elena y el enorme percherón que tenía que montar, la primera experiencia de las faenas que cumpliría prácticamente toda su vida.
¿De qué otra cosa podría hablar a sus hijos que no fuera la vida en las chacras?
Y por eso todas sus conversaciones e historias estaban siempre vinculadas a la vida cotidiana del trabajo campestre.
Hasta en los sueños parecía que sembraba esas interminables hileras de cebollas.
Y esto es lo que transmitió a sus hijos. Su relación con las verduras, con las zanahorias, con el apio, los rabanitos y con los canastos de tomates.
Tenía 17 años, cuando en los parajes del fundo conoció  a Blanca Beiza, mujer de entereza y de fe.
Fue el día 31 de diciembre del año 1945 que unieron sus vidas en el matrimonio y que conformaron este sólido y férreo hogar.
Por entonces ya tenía dos hijos: Sergio Y Marina.
 ¡Cuántos años compartiendo los momentos de la vida!
Lo favorable y lo adverso, la salud y la enfermedad.
Y así permanecieron. Primero en el sector de San Ignacio y luego en este Quilicura.
Y así llegaron los hijos que hoy añorarán esos días.
Pero los vaivenes de la vida nos tenían preparado un encuentro y un vínculo que viene señalado por la divinidad desde lo alto.
Porque no obstante de esta vida quieta y lenta en el campo, donde parece que todo crece en la abundancia, surgió la posibilidad que se trasladaran a Quilicura. Acá no estaba solo, acá estaban sus hermanos.

Y desde Puente verde, en el fundo “El Molino” emprendieron la ilusión de llegar a esta nueva comuna.
Puedes imaginar el cúmulo de pensamientos ilusiones y dudas que pasarían por su mente al momento de partir.
Esa era su tierra, y ese inmenso azul, era su cielo
Los días más felices de la infancia de sus hijos transcurrieron allí junto a la carretera y frente al enorme cerro. Allí estuvo siempre la casa paterna donde de día siempre escuchó  los juegos de los niños y luego durante la noche, a la luz de la vela observó como sus hijos aprendían a leer y a escribir.
Y había que partir.
No fue fácil para él la idea de abandonar esas tierras, suele ocurrir así con los que aman el terruño.

En el año 1967 en Chile estaba despertando la conciencia social. Se abría una ventana de esperanza para los pobres y para los más desposeídos.
Un programa denominado “operación sitio”, permitió que en estos terrenos de Quilicura que correspondían al fundo de lo Echevers fueran expropiados para recibir a nuevos pobladores.
Más de 300 familias llegaron a lo que se llamó “Población María Ruiz Tagle de Frei”, era el verano de 1968.
Una de estas familias era la familia VALLADARES BEIZA.
La familia Valladares además de Sergio, la constituían su esposa, Blanca y todos sus hijos:
 Teresa, Graciela, Norma, Eduardo, Jorge, Carlos, Lucy, Cecilia.
Y al fondo del pasaje Sucre, casi inhóspito, se inició la nueva vida con su esposa Blanca, quien llegaba con su hijo Larry en su seno.
Así es como Sergio Valladares se establece en este suelo y es así como se inicia la convivencia con todos estos vecinos.

Y es acá donde se cruzan muchas historias y muchas vidas.
La vida en sus inicios en este rincón de Quilicura no estaba exenta de dificultades y de nostalgias. Se trataba de convivir con muchos otros que no conocían esta historia.
Sería difícil no escuchar el canto de los zorzales en la mañana y por sobre todas las cosas sería muy difícil no despertar en medio de las flores silvestres y de la tierra.

Porque para los campesinos, para la gente que trabaja en el campo, todo tiene un valor diferente, todo tiene un amor diferente.
La gente del campo ama el amanecer, ama el canto de los pájaros que despiertan a la aurora.
El labrador, el hombre de la tierra, ama la lluvia y el agua que viene por los canales.
¿Cómo no amar la luz del sol que abre los brotes en la primavera?
El hombre del campo, ama los frutos de la tierra y cuida como si fueran sus hijos cada planta cada semilla, cada brote.
No dormirá tranquilo si la helada del mes de agosto amenaza sus sembrados e irá con sus hijos pequeños a cubrir los débiles zapallos que asoman, y sus hijos que piensan que eso es un juego, aprenderán la lección de la vida…
Y conoce cada surco, cada semilla que ha injertado en la madre tierra.
Ahí está el sustento de los suyos.
El hombre que ama la tierra y ama a sus animales, amará con gran intensidad la vida y amará con mayor intensidad a sus hijos pequeños.
Sabe que a todos nosotros se nos ha regalado la vida y se nos ha regalado la tierra.
Y sabe que el corazón de la vida, está en la tierra.
Por eso, esta mañana están acá todos sus hijos y testifican esto.
Y todos dirán lo mismo. No escucharás otra cosa de ellos, estarán orgullosos de su padre pero todos dirán que amaron y conocieron el campo a través de las cien historias que siempre les contó.
Las que yo también le escuché.
He aquí la sencillez de la vida.
He aquí la esencia de la sabiduría

Nuestro padre y abuelo, pasó del vigor a la debilidad.
Años intensos de luchas y faenas culminan con un cuerpecito débil y vulnerable.
Es similar a la fuerza y a la energía de los árboles y las plantas. Vigorosos y fuertes en su plenitud pero entregados dócilmente a la tierra en los días postreros.

Esto es lo que me ha dicho Graciela.
Que el espíritu de su padre abandonó su cuerpo y que exhaló un último suspiro casi imperceptible, para pasar de esta vida a la luz de la eternidad.
Es el camino que inició tu hija Teresa.
Era el mediodía del 06 de septiembre, la fecha justa en que Dios le ha dicho en un susurro angelical:

-Sergio te invito al descanso, tu campo amplio y fecundo será un cielo nuevo y una tierra nueva, acá verás la abundancia de los frutos y se multiplicaran tus almácigos.
Es la hora que dejes esa tierra que removías con tanta fuerza y de donde se extraían los alimentos. Acá contemplarás un amanecer eterno y tendrás mansiones doradas.

Y todos nosotros nos quedaremos, sabiendo que la vida ya no será lo mismo, que en casa no estará el papá ni el “tata” querido.
En esta mañana de septiembre, en este último adiós, con un amor y un cariño desbordado, han venido a despedirte tus once hijos, tus 33 nietos, tus 25 bisnietos, tu tataranieto y todos nosotros que fuimos parte de tu vida y conocimos de tu existencia.
Es la cosecha de la bendición y el lote de tu heredad. 

Sergio que duermas y descanses en la Paz.
 

MMC/sep 2012

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