domingo, 21 de febrero de 2016

LUISA DEL CARMEN PEREZ CARRASCO


TESTIMONIO DE FE Y ACCIÓN EN NUESTRA ALDEA
Hoy Quilicura crece y se expande.
Hoy conformamos una pequeña ciudad donde la identidad nos ha dejado y nos hemos transformados en desconocidos, que caminan por sus calles y por sus centros comerciales.
No siempre fue así.
No hace mucho, Quilicura era una pequeña y apacible aldea donde convivían la naturaleza, las tradiciones y las familias.
No hace mucho, cada año la primavera nos visitaba trayéndonos los aromas de la nutrida flora que componía el paisaje.
No hace mucho todos nos saludábamos y compartíamos lo más simple de la vida.
Fue el Quilicura que en todo su esplendor le correspondió vivir a una de nuestras  más connotadas vecinas.
Era la década de los años treinta, cuando el matrimonio de Ricardo Pérez y Victoria Carrasco levantaron su casa en el antiguo sector de San Luis, en la calle  San Martín que no se extendía más allá de unas cuatro cuadras.
La calle san Martín en aquellos años era como un gran patio por donde no circulaban vehículos.
Por entonces no éramos más de treinta  mil habitantes.
La mayoría campesinos, inquilinos gente del campo que muy de madrugada caminaban a sus labores con las herramientas sobre sus hombros.
Las urgencias y la prisa no existían para los Quilicuranos, la vida era lenta y parecía que se detenía en cada invierno o en cada verano, en cada estación
Nada alteraba la paz y la quietud y ya cerca de las nueve de la noche nadie caminaba por el villorrio que encendía unas débiles farolas.
En esta quietud, el día 13 de noviembre del año 1939 nació Luisa del Carmen Pérez Carrasco. Era una pequeña niña que compartía los juegos de muñecas y rondas con sus hermanas Dominga, Eliana y Sylvia.
En aquella época, Quilicura sólo contaba con un establecimiento educacional en el sector del pueblo y allí en la Escuela N° 165, transcurrieron sus primeros años de estudiante.
Como todos los hogares de aquellos días, el esfuerzo, las privaciones y el sacrificio constante, lograron que a los 17 años, en un Instituto Comercial  de la capital Luisa se titulara como secretaria dactilógrafa.
No era nada fácil, la comuna sólo contaba con un medio de transporte y el viaje diario hacia Santiago suponía mucho tiempo.
Pero esforzados niños y jóvenes de aquella generación lograron quebrar  el destino y obtener un título.
Esto le permitió muy joven,  ingresar como funcionaria a la entonces Ilustre Municipalidad de Quilicura.
El edificio consistorial municipal hasta el año 1980, funcionó siempre en una antigua casona de piedras ubicada al costado norte de la plaza de Quilicura. Actualmente Dirección de   Obras Municipales. 
Allí Luisa Pérez, inició su vida laboral que perduraría por  mucho más de treinta años.
Fue precisamente en este lugar de servicio público donde un día conocería a quien fuera su esposo hermano y compañero para toda su existencia, Se conocieron con Luis Fermín Martínez Abarca, en el año 1965  y antes de cumplir una año de noviazgo, se casaron en la Iglesia de los Carmelitos, de Independencia con Mapocho el día 27 de enero del año 1966.
Constituyeron su hogar en la calle Guardia Marina Riquelme 190, en el apacible lugar donde convergen las calles Serrano y Los carreras. Sector del llamado “pueblo” de Quilicura.
Allí, junto a todos los antiguos vecinos del sector iniciaron la nueva etapa que traería a sus vidas una hermosa familia: Mario, Pamela, EInela.
Al igual como había ocurrido en su hogar paterno, los niños crecieron en lo que se reconoce como un verdadero hogar, con la máxima felicidad pero también con los problemas cotidianos. Se vivía esas maravillosas e inolvidables vacaciones de estío en el campito de “Villa Alegre”, San Fernando, herencia de los abuelos paternos de Luis Fermín.
 Sin embargo no se puede dejar de mencionar las inquebrantables  tradiciones cristianas,  inspiradas en el evangelio y en el mensaje de la misión apostólica.
Allí en el barrio, una casa de madera, acogedora y abierta a los vecinos y amigos de la  comunidad se trasmitía la fe de una forma natural, y donde  muchos jóvenes podían llegar a sentir que también era su casa, pese a las precariedades en que se vivía. Allí en esa intimidad, muchos fueron salvados de la drogadicción, y el alcoholismo.
En ese ambiente de fe y de convivencia armónica, crecieron los hijos con los preceptos de la Misa dominical, la vida en oración  y los paseos hacia los lugares más simples de Quilicura, los cerros y los  esteros, bajo los sauces.
Luisa Pérez fue una de las fundadoras de la Acción Católica al inicio de los años sesenta, en la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen y  durante toda su vida ella, su esposo y sus hijos permanecieron ligados a la pastoral.
Años más tarde organizarían los “encuentros matrimoniales” lo que les permitió entrar en contacto con muchos vecinos de la comuna como de otras comunidades cercanas. No había más intención que ayudar a otros desde el evangelio. Tanto ella como su esposo, siempre fueron testigos del amor de Dios expresado en los sacramentos de la Iglesia. Es lo que les mantuvo unidos como matrimonio y como familia hasta la muerte de su esposo Luis.
Pero no fue lo único en su vida, también era amante del fútbol y desde muy pequeña y hasta su juventud, formó parte del Club “Biblioteca” de nuestra comuna y vibraba con los triunfos del equipo de la camiseta verde, en las gloriosas tardes de los domingos en las antiguas canchas de nuestro pueblo.
Por entonces Quilicura se movía entre la fe y las jornadas de fútbol.
Luisa fue elegida por la comunidad, como  “Reina de la primavera”.
En el campo laboral fue una funcionaria ejemplar. Pudo adaptarse a sus jefaturas políticas sin problemas, realizando su trabajo con Regidores y Alcaldes de diferentes tendencias. Fue Secretaria de la Alcaldía y sin embargo su labor se prolongaba siempre más allá de las oficinas Institucionales, sus horarios y su accionar. Muchas personas llegaban a tocar las puertas de su casa en busca de soluciones a los más insólitos problemas personales, incluyendo los domingos y festivos.
Así es como la conocía la comunidad, como la “Señorita Luisa”, quien tenía un trato muy amable y muy serio con todos los vecinos. Y aún hoy, así es recordada por los vecinos más antiguos de nuestro pueblo.
Luisa fue la primera Directora de las organizaciones comunitarias.
También se desempeñó como Actuaria en el Juzgado de Policía Local.
En el campo gremial, con mucho esfuerzo, en época de gran efervescencia logró crear la primera Asociación de Funcionarios Municipales donde ocupó el cargo de presidenta.
La señorita Luisa fue muy conocida  y reconocida por todos los funcionarios, por la comunidad y por las emergentes organizaciones e instituciones de la comunidad.
Su labor fue muy fructifica y en muchos casos extremadamente anónima
En el año 1973, formaba parte de la cruz roja y debió presenciar y participar de forma humanitaria en uno de los hechos más cruentos de nuestra historia. Como integrante de la cruz roja debió atender a los prisioneros del estadio nacional de Santiago.
Siempre logró combinar sus accionar en todas las áreas en que le correspondió vivir en nuestra  comuna, como hija, como esposa y como madre.
Junto con Luis, fueron catequistas  de la Parroquia, bajo la Dirección espiritual  del párroco, padre Gerardo Parent, lo que significaba una acción pastoral permanente que no tenía horarios y donde necesariamente, debieron incorporar a sus hijos para visitar a los enfermos o para asistir a las personas en los instantes de mayor soledad y dolor.
Su vida ha sido un incesante trabajo y su actitud siempre activa frente a los demás.
Luisa además,   fue presidenta del club de la tercera edad “amor y paz” de la  “Villa Arturo Prat.”.
 Hubo dos momentos de mucha debilidad que marcarían para siempre su vida: La muerte de su querido y amado esposo le provocaría un dolor y una angustia de la que no se recuperaría nunca más, porque la promesa de amarlo hasta que la muerte les separara, siempre fue algo muy real y encarnado en su fe.
 Por otra parte, una cruel enfermedad le privaría de seguir con su vida laboral y aunque en ocasiones recibió algún tipo de reconocimientos, es probable que muy pocos recuerden su accionar en beneficio de los más débiles.
Y en el contexto de su enfermedad, cabe mencionar su desempeño como miembro del Voluntariado en el Instituto Nacional del Cáncer, hasta hace muy poco tiempo.
En el  reposo de  su hogar, en ocasiones  le invadía  la  melancolía y tristeza.
Sin embargo, su mayor felicidad la constituían  sus hijos y los ocho nietos que día a día deambulan alegremente por cada rincón de su casa, contándoles sus aventuras, alegrías, triunfos, y proyectos en los que siempre ella estaba  incluida.
Era  para ellos la “mejor de las madres y la más ejemplar de las abuelitas”
Gran  orgullo para Luisa, sus  nietos Claudio y Freddy  ya titulados como  profesores de educación física.
En la intimidad de sus pensamientos, entre la melancolía y la nostalgia, extrañaba el vigor de antaño y el sinfín de actividades que siempre realizó a favor de la comunidad.
Extrañaba cada  día,  sin duda,  aquel Quilicura de ayer que ya no existe,  el asistir a la antigua Parroquia de adobes Nuestra Señora del Carmen, ver y conversar con los antiguos  y queridos vecinos del barrio.
Ha fallecido en una calurosa tarde de este mes de febrero y a los más antiguos que habíamos convivido con ella, nos deja en una profunda consternación.
Es doloroso pero real, que se deshojan los iconos de Quilicura.
Hay una cosa cierta, el camino a su eternidad está plagado de la luz celestial.

Luisa del Carmen Pérez Carrasco

Descansa en paz

lunes, 31 de agosto de 2015

ELIZABETH EULALIA PUEBLA VASQUEZ

PROTAGONISTA DE NUESTRA BREVE HISTORIA

Para iniciar esta historia, debo tratar de remitirlos hacia algunos años, en realidad varios años atrás, otra época de lo que fue nuestra Comuna.
Durante la  década de los años cincuenta, Quilicura, como ya hemos dicho otras veces, era una pequeña aldea, silenciosa, tranquila, apacible y muy quieta.
El tiempo se detuvo durante muchos años en nuestro pueblo y a veces parecía como si las estaciones fueran eternas.
Quilicura era una aldea verde y florida donde nadie ni nada parecía alterar la paz. Éramos parientes, amigos y vecinos que convivíamos en una armonía permanente y en esas relaciones, el respeto era el valor fundamental.
Los antiguos Quilicuranos hablaban con mucho, orgullo de sus barrios y cautivamente pertenecían a ellos. Era reconocido el sector “pueblo”, el sector “las parcelas”, “la estación”, “San Luis”, “Lo zañartu”, “Lo campino”. Todos formaban parte de nuestro paisaje y de nuestro lenguaje.
Uno de estos barrios, era “Carampagne”. Una calle de casas pequeñas,  de árboles y jardines y de golondrinas en los días del verano.
En ese sector nació Elizabeth, el día 03 de marzo de 1948, hace 67 años. Allí junto a su familia y sus 09 hermanos, ELIZABETH EULALIA PUEBLA VASQUEZ, presenció como la vida apacible de Quilicura comenzaba lentamente a cambiar.
El cambio venía desde lejos, pues en el año 1964, llegaron desde Cerro Blanco, las familias que se instalarían en la incipiente Villa Gildemeister, una villa nueva y distinta que transformó el paisaje de nuestras casas de adobe y trajo, sin saberlo entonces, un nuevo movimiento cultural.
En esa villa despertaba el teatro, el deporte, la música y el folklore.
Elizabeth Puebla, pasó de sus juegos de infancia a la adolescencia en el barrio de Carampagne. Pero el amor de su vida, llegaría desde Cerro Blanco.
Fue un hermoso encuentro, Manuel Contreras Jiménez era músico y Elizabeth, por entonces llevaba el deporte en sus venas. Era una destacadísima basquetbolista y fue lo que la hizo conocida y popular en aquel antiguo Quilicura.
Es difícil imaginar hoy, como era nuestra cultura entonces.
Quilicura, era un pueblo de escasas luminarias y pasadas las nueve de la noche, ya nadie circulaba en sus callejas. Nada interrumpía el silencio nocturno.
Sin embargo, en el barrio de “las parcelas”, a la entrada de Lo Campino, había una vieja cancha de basquetbol con un deteriorado piso de cemento. Era la única cancha de basquetbol que había en nuestro pueblo.
Sus tableros eran unos añosos tablones de donde colgaban los aros de fierro.
En ocasiones, unas débiles ampolletas iluminaban la cancha por las noches, una tenue iluminación que permitía que los niños y los jóvenes se congregaran junto al pequeño campo deportivo.
Precisamente, en ese lugar, es donde desarrolla parte de la historia de Elizabeth Puebla.
Era en este rincón de Quilicura donde se reunían los jóvenes que gustaban del básquetbol, y allí, unas cuantas jovencitas provocaban el griterío de la hinchada. Elizabeth, era una de ellas, aunque era extrañísimo que alguien pudiera jugar basquetbol en este rincón del mundo.
El barrio se llenaba de vida y de jolgorio, generalmente las rivales venían desde otras comunas.
Las débiles luces se apagaban entonces cerca de las diez y media de la noche, cuando terminaban los encuentros.
Elizabeth formaba parte del Club “Magallanes”, con el que obtendría muchos torneos.
En el año 1972, contrajo matrimonio con el joven folklorista del grupo “Yaraví” Manuel Contreras Jiménez, con quien se había conocido en las veladas deportivas y musicales.
Entonces se radicaron en el barrio antiguo de “Lo Campino”.
Conformaron su hogar junto a sus hijos Marisol, Marisa, y Víctor.
La música y el deporte dejaron el primer plano y otras responsabilidades de la vida les condujeron a las alegrías y los pequeños detalles del hogar, se volcaron en la búsqueda de la felicidad a través del trabajo y el bienestar social.
Eran las difíciles década de los años setenta y ochenta. Los niños crecieron.
La familia se multiplicó y ya sus hijos no fueron tres, sino que fueron siete: Paola, Olga, Denissio, Roberta.
Una familia unida y luchadora, en las adversidades y en las alegrías que provocaba el respeto de todos sus amigos y vecinos.
Elizabeth Puebla, forma parte de nuestro pueblo, de nuestras tradiciones y de nuestra historia, es reconocida por todos como dirigente vecinal y como líder de los gremios de educación, incansable en sus proyectos de progreso, de justicia y de participación social.
Por esta razón están acá sus vecinos por los que tanto luchó y los que tanto quería.
Por la misma razón están acá los trabajadores de la educación a los que siempre trató de proteger.
Ella, forma parte de aquellas historias que sólo han conservado los Quilicuranos más antiguos, forma parte del  amor a la tierra, el amor a las plantas, el amor al pueblo y a sus tradiciones.
Forma parte de aquella gloriosa juventud de los años sesenta, donde con tanto idealismo construimos el mundo y donde la vida nos hacía felices con tan pequeñas cosas…
Precisamente la he venido a despedir a nombre de aquella generación, en el nombre de tantos que han partido ya, y que se quedaron como nosotros con el corazón lleno de amor por nuestra tierra.
Queridos amigos: de las virtudes, de las debilidades, de las fortalezas de su intimidad, nos hablaran sus hijos, sus sobrinos, sus nietos, sus más cercanos.
Lo que muchos de nosotros no sabíamos, es que hace más de un año, una cruel  e irreversible enfermedad comenzó a minar sus fuerzas y su vigor.
Es así como nos ha dejado al terminar este mes de agosto, provocando una profunda consternación entre los que la conocían y la recordaban, sabiendo que las fiestas familiares ya no serán lo mismo sin ella, sabiendo que las actividades del gremio de la educación ya no serán lo mismo sin la “Eli”.
Y aunque se cumplieron muchos de sus sueños, el sueño en lo íntimo de su corazón, de ver crecer a sus nietos, de verlos transformados en profesionales, ya no será posible.
Sin embargo su historia y la forma de vivir la vida se prolongarán en sus adorados nietos Víctor, Christopher, Nicole, Javiera, Camila.
Por mi parte, yo cumplo con lo que en más una oportunidad hablamos en las hermosas veladas del centro cultural, donde la vida nos unió por algunos años y pronuncio estas palabras para ti.
Ese día era impredecible, pero ha llegado.
Te encontrarás  en la eternidad con aquellos Quilicuranos de ayer y seguramente echarán a volar los recuerdos.


¡Elizabeth Puebla de Quilicura, de su historia y de su gente..! Entra en el reposo de la paz eterna.

martes, 18 de agosto de 2015

TITO LEOPOLDO RISSETTI MONTOYA


EN EL RECUERDO DE UNA GENERACIÓN
Al inicio de los años sesenta, Quilicura dormía desde las nueve de la noche,  en un apacible sueño que sólo alteraba el  motor de una vieja “micro” al clarear el alba. Este  era el único trasporte con que contábamos por esos años.
En efecto, cerca de las seis de la mañana, junto con el canto de los gallos, la comuna despertaba de su paz de su silencio y de su quietud.
Y la vieja “micro” recorría las calles y caminos, trasladando  a los trabajadores y estudiantes que salían de Quilicura hacia la carretera, hacia Independencia y otros lugares.
En el largo recorrido de 12 kilómetros los pasajeros comentaban y conversaban sin cesar. Entre nosotros no había gente desconocida y por tanto el bus, el pueblo, la gente, las calles…todo no era familiar.
Por esos días, nada alteraba esta calma.
Vivíamos en una tranquila aldea donde se respiraba un aire puro y curiosamente las estaciones del año para todos nosotros   estaban muy definidas: El sofocante calor del verano, los intensos temporales de los meses de junio y julio, la florida primavera que descendía desde el cerro con su verdor y perfumaba cada calle con ciruelos, duraznos y acacias.
En los meses de otoño nuestra plaza albergaba una alfombra de hojas amarillas y los caminos del pueblo se tapizaban de hojas desprendidas de los álamos.
Los niños y jóvenes de ayer, nos distraíamos con cosas muy simples, porque la vida era muy simple: Caminado por los callejones solitarios, yendo por el pueblo en una bicicleta, montados sobre un dócil caballo alazán, jugando interminables “pichangas” en las calles o en los sitios empastados, jugando fútbol los días domingos o en reuniones con amigos en la añosa Parroquia de Quilicura o quizás  en el templo evangélico.
A veces,  simplemente sentados en un banco de la plaza los días sábados a la media  tarde.
Nuestra vida sencilla,  no permitía mucho más que eso.
 Y sin embargo éramos felices.
Fue precisamente al inicio de la década de los sesenta y en este paisaje, que Tito Leopoldo Rissetti Montoya y María Isabel Zúñiga Carvajal  contrajeron matrimonio y se instalaron en una pequeña casa de madera en la calle San Martín.
La calle San Martín, en San Luis,  por entonces era un barrio de absoluta quietud y solo era transitada por los campesinos que tempranamente acudían a sus labores.
Allí en esa casa de la calle San Martín hacia el poniente de aquel Quilicura, los Rissetti conformaron su hogar y su familia.
Para llegar a la Parroquia nuestra Señora del Carmen debían caminar unos diez o quince minutos.
La parroquia era un antiguo templo de adobes donde varios jóvenes se reunían al atardecer de los días sábados en un movimiento que se conocía como Acción Católica.
Fue una hermosa generación de jóvenes y adolescentes que durante muchos años animaron y dieron vida a esta quieta aldea a través de la música el teatro y otras expresiones.

Cada año celebrábamos la fiesta de navidad como se hacía en los campos, era la “novena del niño” donde con ruidosos  instrumentos cantábamos y esperábamos el día mágico del 24 de diciembre.
Cada día de la novena era una fiesta junto al pesebre que se adornaba con paja y montañas de cartón.
De una forma muy simple en la víspera de Navidad, se hacía una representación del  establo y del misterio del nacimiento de Jesús en Belén.
Era el inicio de lo que Quilicura vería en todo su esplendor en los años siguientes.
Los jóvenes y los adolescentes se convocaron en lo que se denominó “Centro Cultural Ana Mangiamarchi”,  lugar de encuentro y de gran relevancia, que despertó enormes  expectativas para las generaciones  que emergían en el Quilicura apacible de los años sesenta.

Allí surgió el liderazgo de Tito Rissetti.

Al inicio fueron pequeños encuentros artísticos,  la conformación de un grupo folklórico y la participación en los “malones”.
Pero con los años, el Centro Cultural adquirió una fuerza y un empuje que desbordó el entusiasmo juvenil  y canalizó todos los intereses, algo que muchos de los antiguos quilicuranos aún  recordarán.
Cada año en los días previos a la navidad, el centro cultural presentaba un gran espectáculo de teatro, luces y fuegos de artificio. Algo impensado para la época. Le llamábamos “clásicos navideños”, porque tenían una similitud con los clásicos universitarios, que se realizaban en el Estadio Nacional.
Un enorme despliegue de artistas que surgían espontáneamente  sólo con el objetivo de que las familias y los vecinos pudieran disfrutar aquello.
Un enorme trabajo hecho a pulso y a fuerza de voluntad con más tesón que recursos.
Eran noches y noches de ensayo en la intimidad de nuestro estadio municipal que se vestía de gala el día de la gran  presentación.
Luego que se ponía el sol, iniciábamos los preparativos,  con mucho amor, con mucha pasión y con muchos sacrificios.
La comuna se desbordaba. Era algo hermosísimo y único que cada año venía con un mensaje de amor y de esperanza.
El centro cultural se movía como uno sólo, con una generosidad difícil de imaginar, donde cada cual aportaba con lo suyo.
En todo esto, estaba  presente la figura de Tito, que a veces era el  actor, podía ser el Director, en ocasiones el  iluminador,  a veces era asistente, en otras ocasiones era el  técnico de sonido,  era un padre,  era un  hermano, pero por sobre todas las cosas, era “el flaco” querido por todos.
En esas instancias es que muchos de nosotros, en aquella época hermosa de los años sesenta, nos conocimos y estrechamos unos lazos de amistad y afecto, que nos acompañarían  toda la vida.
Tito Rissetti, trabajaba  como reportero en el diario el Mercurio por lo que la gente solía verlo portando los equipos de fotografía  caminando por nuestras calles  o subiendo a  la micro repleta en  las mañanas.
Y de este modo combinaba su vida; el trabajo, su familia, la Iglesia, la fe, y el centro cultural.
Eran otros años, de enorme familiaridad donde todos nos conocíamos, nos respetábamos  y valorábamos lo que cada uno desarrollaba   en sus estudios o en su trabajo.
Tito tenía un especial magnetismo y una fácil comunicación;  tal vez era el respeto que sentía por los demás, tal vez esa capacidad de escuchar o la simplicidad para ver la vida.
Podía tener el mismo respeto, el mismo interés y la misma actitud hacia los jóvenes, hacia los mayores  o hacia los niños.
Junto a él, caminó esa generación de jóvenes que fueron capaces de movilizar todo un pueblo, que a los niños de entonces nos dieron la posibilidad de desarrollar nuestras potencialidades  y que trasformaron la monotonía de una aldea  rural en  una efervescencia de participación.
Tito Leopoldo Rissetti Montoya,  había nacido el día 10 de noviembre del año 1938.
Construyó su vida con María Isabel y  multiplicó su descendencia con sus amados y entrañables hijos: María Isabel, María Elena, Marco Antonio, María soledad, Mafalda Alejandra, Paulo José, Tito Alejandro, José Luis, Jean Michel, María Celeste y María Paz.
Junto a ellos y sus primos disfrutaban de la vida sencilla y descubrían tesoros donde parecía no haber nada. Uno de los tesoros eran las caminatas hacia los cerros de Quilicura al inicio de la primavera cuando aún, una débil vertiente dejaba correr su agua cristalinas y los “huilles” perfumaban las laderas.
Eran paseos hermosos, grandes aventuras para los más pequeños. Decenas de niños corriendo en un bullicio inocente. Y todo a nuestro alcance.
Quilicura se transformó y nosotros también cambiamos, todo cambió.

Y Tito, lejos de nuestra tierra, nos dejó un día del invierno.
Una cruel enfermedad precipitó sus días.  Eso fue injusto.
Sin embargo, al menos yo me quedaré con el vigor y la entereza de su juventud, me quedaré con el recuerdo del Ministro de la Comunión que visitaba a mi madre en sus días postreros,  me quedaré con los días de mi infancia cuando conversamos largamente sobre la vida y sus caminos, me quedaré con el admirable flaco que se paraba frente a los jóvenes para expresar sus pensamientos, me quedaré con el hombre sensible que derramó lagrimas frente a la adversidad y que se emocionaba con las liturgias de la Iglesia.
Me quedaré con las experiencias de su vida de reportero y con el abrazo  compartido, con su amplia sonrisa cada vez que nos encontrábamos.
De sus cualidades, de sus limitaciones, de sus éxitos o de sus fracasos hablaran sus más cercanos,  su núcleo familiar, de los sueños del futuro hablaran sus hijos, sus trece nietos y sus dos bisnietos.
Quilicura no puede dejar su nombre en el olvido ni en el anonimato, Quilicura ha ido conformando la historia y la leyenda con hombres como él.
Forma parte de los que deben ser recordados.  Representa a toda una generación.

Tito, que tu nombre y tu esencia sean perdurables.



lunes, 3 de noviembre de 2014

LUIS SANTIAGO DIANTA SILVA

"El cucho" Y LAS INOLVIDABLES TARDES DE FÚTBOL... 

En algunos días más. El día 1° de noviembre el club "Biblioteca" de Quilicura, cumplirá 83 años.
En efecto el 1° de noviembre del año 1931, un grupo de jóvenes quilicuranos fundó este club deportivo que tuvo una gran repercusión social y deportiva en los años posteriores.
La historia nuestra nos indica que  en la década de los años 30, Quilicura, no era más que una calle central que recorría nuestra aldea campesina, desde la Carretera Panamericana hasta la entrada de la calle San Luis.
Nuestra comuna de ayer, era nada más que algunos caseríos en ciertos sectores que aún persisten.
Uno de estos era el barrio de “La estación”, otro eran “Las parcelas”. Estaba el sector de “San Luis”, el Barrio “San Francisco”.
Y por supuesto estaba el sector del “Pueblo”
El pueblo se iniciaba en la plaza; avanzaba por nuestra calle central José Francisco Vergara y terminaba al inicio de la calle San Luis.
Éramos nada más que eso
En la década de los años 30, quilicura tenía algo así como 15 o 20 mil habitantes.
La mayoría de las familias eran campesinos, inquilinos, artesanos y pequeños comerciantes.
En el año 1931, un pequeño grupo de amigos encabezados por Gustavo Ocaranza,  se reúnen como siempre en la antigua esquina de la farmacia del pueblo y allí planean y deciden formar el club deportivo "Biblioteca".
El día primero de noviembre, en el antiguo estadio de Quilicura, por primera vez se presenta en la cancha el club "Biblioteca", luciendo una camiseta de color verde.
Allí estuvieron presentes la familia Dianta, la familia Guajardo, la familia Vásquez que fueron los primeros socios fundadores y que sin saberlo, siguiendo los sueños de Gustavo Ocaranza, daban inicio a la historia de uno de los clubes más conocidos de la zona norte de Santiago.

Las páginas más gloriosas y la época  dorada del fútbol chileno, fue la época de los años sesenta. No por casualidad en Chile, se organiza el campeonato mundial de fútbol del año 1962.
Años gloriosos, inolvidables y nostálgicos.
Quilicura por esos años era una aldea familiar, algo así como un pueblo provinciano de gentes sencillas, muy solidarias y de mucho esfuerzo y sufrimiento.

El fútbol era la única entretención de entonces, una gran pasión en nuestra pequeña comunidad, en un mundo que se estaba abriendo a las grandes transformaciones sociales.
Con unos 30 mil habitantes, Quilicura era un enjambre deportivo y las canchas eran el sitio obligado en las tardes de los domingos.
El fútbol profesional era secundario a la hora de demostrar el fanatismo y el poder de las hinchadas.
Estábamos lejos de la ciudad, a doce kilómetros.
Entonces era una distancia enorme pues no teníamos más comunicación que una vieja "micro", que tardaba casi dos horas en hacer este recorrido.
Los niños y jóvenes de esos años, leían la revista "Estadio" y era el mayor deleite disfrutar con las aventuras de "Barrabases", cada semana.

Durante las tardes de los domingos, mientras se miraban los partidos de fútbol de las tres categorías, se escuchaba el campeonato nacional y los relatos en la radio, de Darío Verdugo y Sergio Silva.

La familia Dianta Silva se había instalado en el sector del pueblo en la calle central en una casona de ladrillos que aún se mantiene en pie junto al templo evangélico.
La familia  gozaba de un gran respeto por parte de todos los dos demás vecinos. Don “cucho” Dianta era un destacado vecino que se dedicaba al transporte de materiales de construcción y junto a sus cuatros hijos, Luis, Rosa, Ester  Juan y su Madre  María, formaban parte de la comunidad Evangélica.

Durante el inicio de la década de los años sesenta, nuestra comuna era una apacible aldea donde todos formábamos parte de una gran familia,  no quedaba espacio ni para la agresividad ni la violencia.
 Todos éramos parte de antiguas familias que habían conformado una comunidad donde el respeto y el buen trato estaban profundamente arraigados en  todos nosotros, en los  adultos y los niños de entonces…
La familia Dianta era de los fundadores de esta comuna.
Las jornadas deportivas del fútbol, despertaban toda la pasión de aquellos años. Los torneos locales provocaban el desborde de todos los aficionados y surgían las figuras de los equipos que eran el comentario obligado del día siguiente.
El fútbol era nuestra única pasión. 
"Biblioteca", año 1963, Luis Dianta agachado, cuarto de izquierda a derecha.
LUIS SANTIAGO DIANTA  SILVA, era unos de los mejores y más destacados jugadores del Biblioteca, era un aguerrido defensa que prontamente hizo respetar su presencia con los archi rivales de entonces “San Luis”, “Cóndor” “Defensor”, “San Francisco” o “Colonia”.
Por esos años el club del “cucho” DIANTA mantenía una supremacía sobre sus rivales, de tal manera que era un orgullo y una aspiración de todos los niños de entonces vestir la camiseta verde del club.
La secretaría estaba ubicada en el centro del pueblo y en sus estanterías había muchísimos trofeos y recuerdos.
Por entonces los partidos más trascendentes se jugaban en el estadio municipal a un costado de la plaza y desde allí salían  las hinchadas gritando la celebración de un campeonato…
Luis Dianta gritó muchas veces el título de campeón.
No es necesario decirlo, aquellas jornadas y aquel ambiente de ese Quilicura, no volverá.
 Sólo forma parte  del pasado y de nuestros recuerdos nostálgicos. 
Esta era una tierra maravillosa. 
Luis Santiago había nacido el día 19 de enero de 1946, tenía 67 años.
Había contraído matrimonio con Elvira en el año 1973 a quien justamente conoció en algún enfrentamiento deportivo con la “Villa Gildemeister” otro de los rivales señeros del equipo verde.
Formaron una familia con sus hijos Gonzalo, Patricio y Marcelo y sus tres adorados nietos.
Luis había continuado  con el oficio de su padre junto a su  hermano,
Un inesperado infarto y un abrupto desenlace termino con su vida en las primeras horas del día 27 de octubre.
Su fallecimiento deja perplejos a sus seres más cercanos. 
Con seguridad que en la intimidad familiar durante  estas horas se han destacado los méritos humanos de “cucho” Dianta, sin duda que su familia ha valorado enormemente el legado que deja Luis a sus hijos nietos y amigos.
Cada ser humano está conformado de  virtudes cualidades y defectos. 
No me corresponde hablar ni evaluar eso a esta hora. 
Yo quiero despedir a este joven que formó parte de nuestra infancia y nuestra juventud, que jugó las "pichangas" interminables en la calle del  barrio y que despertó las pasiones de los socios y simpatizante del club biblioteca.
A mi me corresponde traer al recuerdo una historia que el tiempo ha ido destrozando y de la que ya no hay memorias: 
Hubo una vez un Quilicura,
Hubo una vez un club de fútbol.
Hubo una vez un muchacho llamado Luis que junto a una linda generación llenamos esta comuna de gritos y consignas.
Hubo una vez un pueblo que se desbordó cuando los 11 jugadores de Biblioteca obtuvieron otra estrella más, una tarde de domingo del año 1963.

LUIS SANTIAGO DIANTA SILVA que descanses en la paz.
¡Que alegría que te encuentres con tus padres y con todos los amigos que ya partieron!
Un abrazo a mis padres.
          Grupo de amigos en la antigua cancha de Don Israel. L. Dianta a la derecha









jueves, 3 de julio de 2014

BLANCA AMADA BEIZA PALOMINOS

EN LA FRAGILIDAD DE UNA MUJER, SE MULTIPLICA LA VIDA

Hay en ocasiones historias similares.
Esta es una de ellas.
En el verano del año 1968 ocurría un acontecimiento que cambiaría la vida y la historia de una de nuestras familias.
Ese verano y ese año, la familia Valladares Beiza se instaló en nuestra comuna de Quilicura…
Ya han pasado 46 años pero sin duda que ese acontecimiento marcaría la historia de sus padres y de cada uno de sus hermanos y también nos vincularía a muchos de nosotros que habíamos permanecido desde siempre en esta tierra.
BLANCA AMADA BEIZA PALOMINOS venía signada con una triste  biografía y con las huellas del sufrimiento y las iniquidades de la vida sobre si.
El día 31 de diciembre del año 1945, ella contrajo matrimonio con Don Sergio Valladares Morales, esforzado trabajador de la tierra quien le acompañó hasta el año 2012, cuando falleció al cumplir con su misión en el tránsito  en este planeta. Había cumplido 92 años.
Constituyeron un hogar y tuvieron 09 hijos, el menor de los cuales nacería acá en esta tierra de Quilicura, apenas unos meses de su arribo a estos suelos.
Era el año 1968 y sobre el sector sur poniente de Quilicura, en lo que había sido el extenso predio del Fundo Lo Echevers, se estaba recién levantando la Población María Ruiz Tagle.
Correspondía a un programa de Gobierno que se denominó “Operación sitio” y que era la ilusión para las familias más desprotegidas y vulnerables que no tenían ninguna opción de obtener una vivienda propia.
La familia de Blanca Beiza,  hasta entonces, vivía en la tranquila y apacible vida del campo, donde con muchos esfuerzos de los campesinos, la tierra, la generosa tierra, lo entrega todo.
Vivía junto a su esposo y sus nueve hijos en el sector de el fundo “El Molino”, camino hacia Colina.
Blanca Beiza se preocupó de que sus hijos crecieran en la abundancia y en la dignidad del campo, era parte del orgullo que traía consigo. A sus hijos nada les faltaría y nadie les miraría con desprecio o compasión.
Con esta mirada crió y educó a cada uno de los suyos.
Junto a su esposo y como hace siempre la gente del campo, trabajaron arduamente y sellaron sus  tristezas para que sus hijos fueran felices, corrieran a través del campo, estudiaran y crecieran como ellos no lo lograron.
Y así era la vida en el fundo de El Molino, donde se conjugaba el trabajo, la vida hogareña,  la paz y los juegos infantiles.
Cada festividad que había era el motivo para que la madre se desvelara e hiciera todos los esfuerzos para que cada uno de sus hijos estuviera siempre impecable.
“De la noche a la mañana y de la mañana a la noche”, como dice el poeta: un día tejía, un día cosía, un día planchaba, un día bordaba.
“Aquí que te lava, aquí que te plancha”
La vida del campo con sus penas y sinsabores trascurría entre sauces y pajarillos, entre frutas y aguas cristalinas, pero sin duda con  privaciones y secretas angustias.
Todo cambiaría aquel verano hace 46 años.
Sobre el terreno del ex fundo de lo Echevers, se habían trazado calles y pasajes en un suelo inhóspito y  árido donde florecería una vez más la vida.
Llegaron unas cuatrocientas familias a las que se les asignó un pequeño espacio de tierra, donde debía edificarse una vivienda sin más recursos que los sueños de cada uno.
A ellos les correspondió ubicarse en el último sitio del pasaje Sucre.
Y más allá de ese límite, en aquellos años...No había nada.
Quilicura por entonces, en este año 1968, aún mantenía su aspecto provinciano y las familias más antiguas conservaban las tradiciones,  el respeto y la convivencia.
Aún en aquel año era una pequeña aldea donde todos nos conocíamos y compartíamos las alegrías y las tristezas.
Esa tarde de verano Blanca Beiza se sentó a reflexionar e imaginar lo que sería la vida allí y cuan diferente parecía todo de lo que habían dejado.
No había nada: los terrenos se habían talado y al  margen de árboles centenarios no había  vegetación, ni sauces, ni sembrados, ni pajarillos ni arroyos ni canales y además, la familia que hasta entonces vivía en la inmensidad del campo,  tendría que convivir con otros vecinos a los que nunca antes habían visto.
Entre la hierba natural que crece en los callejones y este nuevo paisaje había una enorme diferencia.
En el fundo El Molino, el patio para que sus niños jugaran era el campo verde y extenso.
Sin duda que se iniciaba un nuevo y desconocido capítulo en su vida.
Esa tarde Blanca pensó en su historia  y de que manera extraña se conjugan los vaivenes del destino.
Su infancia había sido muy triste y solitaria
Tempranamente su madre falleció y fueron sus abuelos los que la criaron.
Había nacido el 1º de abril del año 1927 en el sector de Huechuraba y su infancia transcurrió junto a su abuela Teresa en una antigua casona de Puente Verde.
Quienes han quedado huérfanos en la infancia pueden comprender lo que significa vivir sin el hogar paterno.
Sin embargo nos hablaba del entrañable amor que sentía su abuelo por ella, con mucha emoción relataba como una tarde de invierno su abuelo la cubrió con una manta y la llevó en su caballo bajo la intensa lluvia.
En aquellos años solamente existían los colegios públicos y no lejos de allí realizó sus estudios hasta algún grado de la primaria.
Fue en esa Escuela de Huechuraba donde sus vidas en cierto modo se cruzaron con Sergio Valladares y donde la historia de esta familia se iniciaba.
Desde el año 1945, por 67  años compartieron su vida y lucharon por todos sus hijos, incluyendo a Marina y Sergio hasta lograr la familia que la mayoría de los vecinos hoy conocen.
Sin embargo estar acá en esta tierra nueva, podría ser la razón para que todo cambiara y prosperaran sus sueños.
Acá sus hijos crecieron y su familia compacta, tranquila, austera y distinguida muy pronto logró el respeto del vecindario, de sus esforzados vecinos.
Y florecería con ello la prosperidad y la armonía.
Los vecinos se organizaron y Blanca desde siempre tuvo una significativa presencia en todas las actividades comunitarias, sus grados de sensibilidad social prontamente le llevaron a integrarse a la Junta de vecinos, al centro de madres, a los centros de padres de la Escuela 386 y a su querido partido Demócrata cristiano.
No estaba sola y había otros vecinos como ellos, donde lentamente, se iniciaron los lazos de pertenencia y amistad.
La población “María Ruiz Tagle” se integró a la antigua comunidad de Quilicura y poco a poco  el barrio vio renacer nuevos árboles, los jardines y el progreso.
Sus hijos crecieron y casi sin darse cuenta en torno a si surgieron las nuevas familias.
Su fe católica se renovó con un nuevo esplendor cuando las comunidades del camino neo catecumenal llegaron a esta parroquia.
Vino un nieto y luego otro y otro hasta constituir un legado y una heredad casi impensable.
Tal como dijo el padre Eduardo; a través de ella, de la fragilidad de esta mujer,  se multiplicó la vida.
Era muy común escuchar a Blanca hablar de su infancia y de su juventud, venía con las huellas de la soledad, del sufrimiento de un resentimiento por las alegrías que la vida en su infancia y adolescencia no le brindó.
Siempre surgía en sus conversaciones la pequeña niña emocional que lloraba y hasta le costaba comprender la felicidad.
Sin embargo a ella y a su esposo, la existencia, Dios y la vida le compensaron con una enorme familia, con sus hijos adorados, con sus yernos y nueras con muchísimos nietos y bisnietos que las tardes de los domingos juguetean por la casa.
Seguramente en su humilde y acogedora casa del pasaje Sucre vivió los días y los momentos más hermosos de su vida porque siempre estaba la compañía de su extensa familia.
Eran tardes y veladas de risas y música.

La felicidad para la gente de fe, es ver en torno a su mesa a sus hijos y a los hijos de sus hijos.

Sin embargo la vida le deparaba momentos de enorme desconsuelo cuando en enero del año 2008 falleció su hija mayor, Teresa, dejando una herida incurable en su corazón.
Luego vino el deceso de su compañero de vida, Don Sergio quien la dejó en el mes de septiembre del año 2012, provocando una angustia nueva de la que no se recuperaría, acentuaría el dolor el desconsuelo y el deseo de reencontrarse con él, con su amado  “viejo” lo antes posible.
Su salud se vio afectada intensamente, ya no volvería a ser la mujer altiva que caminaba orgullosa de su heredad y los delirios del fin asomaron como fantasmas en cada noche y en cada amanecer.
El mayor consuelo fue entonces la visita de sus hijos y la enorme paciencia de quienes le acompañaron en esta lenta agonía.
Nosotros compartimos con ella el último verano y para Graciela y Lucy fue como una obsesión que su querida madre pudiera ver el mar, algo presagiaba que sería el último verano de su vida.
No necesito en verdad decirle a nuestra querida madre, abuela, suegra, hermana que este templo contiene hoy un amor inmenso al despedirla.
Nadie de nosotros podía consolarla como ha sido consolada.
No hay duda alguna que entre los fulgores de la luz celestial ella contempla esta comunidad que hoy está  reunida acá.
Distingue y reconoce a cada uno de nosotros porque así es la mirada de una madre.
Su figura ha retomado el nuevo vigor de la vida y los colores de su piel han vuelto a la tersura de la primavera.
Hace ya muchas horas que un coro de ángeles y serafines la cobijó en sus nuevas moradas, lugar de paz y plenitud donde el tiempo y el espacio son eternos.
Abandonó este cuerpo, al cumplir 87 años y lo hizo de la misma forma en que Graciela, al igual que sus hermanos  lo habían pedido insistentemente: Que su amada madre pasara de este sueño, al sueño celeste.
Por cierto que en estas horas, toda su familia ha derramado muchas lágrimas y un  intenso suspiro de ausencia se ha apoderado de todos.
Ha partido la madre, la abuela, la suegra, la vecina, la amiga, la hermana, la “mami blanca”.
Y henos acá frente a tu féretro  donde reposa tu figura que ayer era desbordante de energía y cuya llama se extingue en los días postreros.
Puedes ver este maravilloso abanico de personas, tus hijos y sus esposos y esposas, tus 33 nietos, tus 34 bisnietos, tus amigos, tus vecinos del barrio, tus queridos hermanos de la comunidad neocatecumenal, tus camaradas, tantos que se han unido en este momento del adiós.
Tu heredad, como todos han dicho, es hermosa.
Por mi parte tengo una enorme gratitud por la hospitalidad que siempre recibí; por cuidar a mis hijos pequeños, por tu generoso corazón.
Entrégales un abrazo a mis padres y diles que ningún sacrificio fue en vano, que hemos permanecido unidos.
Cada primero de julio, llevaremos rosas blancas y recordaremos esta historia junto a tu tumba.
Amada Blanca, descansa en la alegría y en la paz…