EN LA FRAGILIDAD DE UNA MUJER, SE MULTIPLICA LA VIDA
Esta es una de ellas.
En el verano del año 1968 ocurría un acontecimiento que cambiaría la
vida y la historia de una de nuestras familias.
Ese verano y ese año, la
familia Valladares Beiza se instaló en nuestra comuna de Quilicura…
Ya han pasado 46 años pero sin
duda que ese acontecimiento marcaría la historia de sus padres y de cada uno de
sus hermanos y también nos vincularía a muchos de nosotros que habíamos
permanecido desde siempre en esta tierra.
BLANCA
AMADA BEIZA PALOMINOS venía signada con una triste biografía y con las huellas del sufrimiento y
las iniquidades de la vida sobre si.
El día 31 de diciembre del año
1945, ella contrajo matrimonio con Don Sergio Valladares Morales, esforzado
trabajador de la tierra quien le acompañó hasta el año 2012, cuando falleció al
cumplir con su misión en el tránsito en este
planeta. Había cumplido 92 años.
Constituyeron un hogar y
tuvieron 09 hijos, el menor de los cuales nacería acá en esta tierra de
Quilicura, apenas unos meses de su arribo a estos suelos.
Era el año 1968 y sobre el
sector sur poniente de Quilicura, en lo que había sido el extenso predio del
Fundo Lo Echevers, se estaba recién levantando la Población María
Ruiz Tagle.
Correspondía a un programa de
Gobierno que se denominó “Operación sitio” y que era la ilusión para las
familias más desprotegidas y vulnerables que no tenían ninguna opción de
obtener una vivienda propia.
La familia de Blanca Beiza, hasta entonces, vivía en la tranquila y
apacible vida del campo, donde con muchos esfuerzos de los campesinos, la
tierra, la generosa tierra, lo entrega todo.
Vivía junto a su esposo y sus
nueve hijos en el sector de el fundo “El Molino”, camino hacia Colina.
Blanca Beiza se preocupó de
que sus hijos crecieran en la abundancia y en la dignidad del campo, era parte
del orgullo que traía consigo. A sus hijos nada les faltaría y nadie les
miraría con desprecio o compasión.
Con esta mirada crió y educó a
cada uno de los suyos.
Junto a su esposo y como hace
siempre la gente del campo, trabajaron arduamente y sellaron sus tristezas para que sus hijos fueran felices,
corrieran a través del campo, estudiaran y crecieran como ellos no lo lograron.
Y así era la vida en el fundo
de El Molino, donde se conjugaba el trabajo, la vida hogareña, la paz y los juegos infantiles.
Cada festividad que había era
el motivo para que la madre se desvelara e hiciera todos los esfuerzos para que
cada uno de sus hijos estuviera siempre impecable.
“De la noche a la mañana y de
la mañana a la noche”, como dice el poeta: un día tejía, un día cosía, un día
planchaba, un día bordaba.
“Aquí que te lava, aquí que te
plancha”
La vida del campo con sus
penas y sinsabores trascurría entre sauces y pajarillos, entre frutas y aguas
cristalinas, pero sin duda con privaciones y secretas angustias.
Todo cambiaría aquel verano
hace 46 años.
Sobre el terreno del ex fundo
de lo Echevers, se habían trazado calles y pasajes en un suelo inhóspito y árido donde florecería una vez más la vida.
Llegaron unas cuatrocientas
familias a las que se les asignó un pequeño espacio de tierra, donde debía
edificarse una vivienda sin más recursos que los sueños de cada uno.
A ellos les correspondió
ubicarse en el último sitio del pasaje Sucre.
Y más allá de ese límite, en
aquellos años...No había nada.
Quilicura por entonces, en
este año 1968, aún mantenía su aspecto provinciano y las familias más antiguas
conservaban las tradiciones, el respeto
y la convivencia.
Aún en aquel año era una
pequeña aldea donde todos nos conocíamos y compartíamos las alegrías y las
tristezas.
Esa tarde de verano Blanca
Beiza se sentó a reflexionar e imaginar lo que sería la vida allí y cuan
diferente parecía todo de lo que habían dejado.
No había nada: los terrenos se
habían talado y al margen de árboles
centenarios no había vegetación, ni sauces,
ni sembrados, ni pajarillos ni arroyos ni canales y además, la familia que
hasta entonces vivía en la inmensidad del campo, tendría que convivir con otros vecinos a los
que nunca antes habían visto.
Entre la hierba natural que
crece en los callejones y este nuevo paisaje había una enorme diferencia.
En el fundo El Molino, el
patio para que sus niños jugaran era el campo verde y extenso.
Sin duda que se iniciaba un
nuevo y desconocido capítulo en su vida.
Esa tarde Blanca pensó en su historia
y de que manera extraña se conjugan los
vaivenes del destino.
Su infancia había sido muy
triste y solitaria
Tempranamente su madre
falleció y fueron sus abuelos los que la criaron.
Había nacido el 1º de abril
del año 1927 en el sector de Huechuraba y su infancia transcurrió junto a su
abuela Teresa en una antigua casona de Puente Verde.
Quienes han quedado huérfanos
en la infancia pueden comprender lo que significa vivir sin el hogar paterno.
Sin embargo nos hablaba del
entrañable amor que sentía su abuelo por ella, con mucha emoción relataba como
una tarde de invierno su abuelo la cubrió con una manta y la llevó en su
caballo bajo la intensa lluvia.
En aquellos años solamente
existían los colegios públicos y no lejos de allí realizó sus estudios hasta
algún grado de la primaria.
Fue en esa Escuela de
Huechuraba donde sus vidas en cierto modo se cruzaron con Sergio Valladares y
donde la historia de esta familia se iniciaba.
Desde el año 1945, por 67 años compartieron su vida y lucharon por todos
sus hijos, incluyendo a Marina y Sergio hasta lograr la familia que la mayoría
de los vecinos hoy conocen.
Sin embargo estar acá en esta
tierra nueva, podría ser la razón para que todo cambiara y prosperaran sus
sueños.
Acá sus hijos crecieron y su
familia compacta, tranquila, austera y distinguida muy pronto logró el respeto
del vecindario, de sus esforzados vecinos.
Y florecería con ello la
prosperidad y la armonía.
Los vecinos se organizaron y
Blanca desde siempre tuvo una significativa presencia en todas las actividades
comunitarias, sus grados de sensibilidad social prontamente le llevaron a
integrarse a la Junta
de vecinos, al centro de madres, a los centros de padres de la Escuela 386 y a su querido
partido Demócrata cristiano.
No estaba sola y había otros
vecinos como ellos, donde lentamente, se iniciaron los lazos de pertenencia y
amistad.
La población “María Ruiz
Tagle” se integró a la antigua comunidad de Quilicura y poco a poco el barrio vio renacer nuevos árboles, los
jardines y el progreso.
Sus hijos crecieron y casi sin
darse cuenta en torno a si surgieron las nuevas familias.
Su fe católica se renovó con
un nuevo esplendor cuando las comunidades del camino neo catecumenal llegaron a
esta parroquia.
Vino un nieto y luego otro y
otro hasta constituir un legado y una heredad casi impensable.
Tal como dijo el padre Eduardo;
a través de ella, de la fragilidad de esta mujer, se multiplicó la vida.
Era muy común escuchar a
Blanca hablar de su infancia y de su juventud, venía con las huellas de la
soledad, del sufrimiento de un resentimiento por las alegrías que la vida en su
infancia y adolescencia no le brindó.
Siempre surgía en sus
conversaciones la pequeña niña emocional que lloraba y hasta le costaba
comprender la felicidad.
Sin embargo a ella y a su
esposo, la existencia, Dios y la vida le compensaron con una enorme familia,
con sus hijos adorados, con sus yernos y nueras con muchísimos nietos y
bisnietos que las tardes de los domingos juguetean por la casa.
Seguramente en su humilde y
acogedora casa del pasaje Sucre vivió los días y los momentos más hermosos de
su vida porque siempre estaba la compañía de su extensa familia.
Eran tardes y veladas de risas
y música.
La felicidad para la gente de
fe, es ver en torno a su mesa a sus hijos y a los hijos de sus hijos.
Sin embargo la vida le
deparaba momentos de enorme desconsuelo cuando en enero del año 2008 falleció
su hija mayor, Teresa, dejando una herida incurable en su corazón.
Luego vino el deceso de su
compañero de vida, Don Sergio quien la dejó en el mes de septiembre del año 2012,
provocando una angustia nueva de la que no se recuperaría, acentuaría el dolor
el desconsuelo y el deseo de reencontrarse con él, con su amado “viejo” lo antes posible.
Su salud se vio afectada
intensamente, ya no volvería a ser la mujer altiva que caminaba orgullosa de su
heredad y los delirios del fin asomaron como fantasmas en cada noche y en cada
amanecer.
El mayor consuelo fue entonces
la visita de sus hijos y la enorme paciencia de quienes le acompañaron en esta
lenta agonía.
Nosotros compartimos con ella
el último verano y para Graciela y Lucy fue como una obsesión que su querida
madre pudiera ver el mar, algo presagiaba que sería el último verano de su
vida.
No necesito en verdad decirle
a nuestra querida madre, abuela, suegra, hermana que este templo contiene hoy
un amor inmenso al despedirla.
Nadie de nosotros podía
consolarla como ha sido consolada.
No hay duda alguna que entre
los fulgores de la luz celestial ella contempla esta comunidad que hoy
está reunida acá.
Distingue y reconoce a cada
uno de nosotros porque así es la mirada de una madre.
Su figura ha retomado el nuevo
vigor de la vida y los colores de su piel han vuelto a la tersura de la
primavera.
Hace ya muchas horas que un
coro de ángeles y serafines la cobijó en sus nuevas moradas, lugar de paz y
plenitud donde el tiempo y el espacio son eternos.
Abandonó este cuerpo, al
cumplir 87 años y lo hizo de la misma forma en que Graciela, al igual que sus
hermanos lo habían pedido
insistentemente: Que su amada madre pasara de este sueño, al sueño celeste.
Por cierto que en estas horas,
toda su familia ha derramado muchas lágrimas y un intenso suspiro de ausencia se ha apoderado
de todos.
Ha partido la madre, la
abuela, la suegra, la vecina, la amiga, la hermana, la “mami blanca”.
Y henos acá frente a tu
féretro donde reposa tu figura que ayer
era desbordante de energía y cuya llama se extingue en los días postreros.
Puedes ver este maravilloso
abanico de personas, tus hijos y sus esposos y esposas, tus 33 nietos, tus 34
bisnietos, tus amigos, tus vecinos del barrio, tus queridos hermanos de la
comunidad neocatecumenal, tus camaradas, tantos que se han unido en este
momento del adiós.
Tu heredad, como todos han
dicho, es hermosa.
Por mi parte tengo una enorme
gratitud por la hospitalidad que siempre recibí; por cuidar a mis hijos
pequeños, por tu generoso corazón.
Entrégales un abrazo a mis
padres y diles que ningún sacrificio fue en vano, que hemos permanecido unidos.
Cada primero de julio,
llevaremos rosas blancas y recordaremos esta historia junto a tu tumba.
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