jueves, 3 de julio de 2014

BLANCA AMADA BEIZA PALOMINOS

EN LA FRAGILIDAD DE UNA MUJER, SE MULTIPLICA LA VIDA

Hay en ocasiones historias similares.
Esta es una de ellas.
En el verano del año 1968 ocurría un acontecimiento que cambiaría la vida y la historia de una de nuestras familias.
Ese verano y ese año, la familia Valladares Beiza se instaló en nuestra comuna de Quilicura…
Ya han pasado 46 años pero sin duda que ese acontecimiento marcaría la historia de sus padres y de cada uno de sus hermanos y también nos vincularía a muchos de nosotros que habíamos permanecido desde siempre en esta tierra.
BLANCA AMADA BEIZA PALOMINOS venía signada con una triste  biografía y con las huellas del sufrimiento y las iniquidades de la vida sobre si.
El día 31 de diciembre del año 1945, ella contrajo matrimonio con Don Sergio Valladares Morales, esforzado trabajador de la tierra quien le acompañó hasta el año 2012, cuando falleció al cumplir con su misión en el tránsito  en este planeta. Había cumplido 92 años.
Constituyeron un hogar y tuvieron 09 hijos, el menor de los cuales nacería acá en esta tierra de Quilicura, apenas unos meses de su arribo a estos suelos.
Era el año 1968 y sobre el sector sur poniente de Quilicura, en lo que había sido el extenso predio del Fundo Lo Echevers, se estaba recién levantando la Población María Ruiz Tagle.
Correspondía a un programa de Gobierno que se denominó “Operación sitio” y que era la ilusión para las familias más desprotegidas y vulnerables que no tenían ninguna opción de obtener una vivienda propia.
La familia de Blanca Beiza,  hasta entonces, vivía en la tranquila y apacible vida del campo, donde con muchos esfuerzos de los campesinos, la tierra, la generosa tierra, lo entrega todo.
Vivía junto a su esposo y sus nueve hijos en el sector de el fundo “El Molino”, camino hacia Colina.
Blanca Beiza se preocupó de que sus hijos crecieran en la abundancia y en la dignidad del campo, era parte del orgullo que traía consigo. A sus hijos nada les faltaría y nadie les miraría con desprecio o compasión.
Con esta mirada crió y educó a cada uno de los suyos.
Junto a su esposo y como hace siempre la gente del campo, trabajaron arduamente y sellaron sus  tristezas para que sus hijos fueran felices, corrieran a través del campo, estudiaran y crecieran como ellos no lo lograron.
Y así era la vida en el fundo de El Molino, donde se conjugaba el trabajo, la vida hogareña,  la paz y los juegos infantiles.
Cada festividad que había era el motivo para que la madre se desvelara e hiciera todos los esfuerzos para que cada uno de sus hijos estuviera siempre impecable.
“De la noche a la mañana y de la mañana a la noche”, como dice el poeta: un día tejía, un día cosía, un día planchaba, un día bordaba.
“Aquí que te lava, aquí que te plancha”
La vida del campo con sus penas y sinsabores trascurría entre sauces y pajarillos, entre frutas y aguas cristalinas, pero sin duda con  privaciones y secretas angustias.
Todo cambiaría aquel verano hace 46 años.
Sobre el terreno del ex fundo de lo Echevers, se habían trazado calles y pasajes en un suelo inhóspito y  árido donde florecería una vez más la vida.
Llegaron unas cuatrocientas familias a las que se les asignó un pequeño espacio de tierra, donde debía edificarse una vivienda sin más recursos que los sueños de cada uno.
A ellos les correspondió ubicarse en el último sitio del pasaje Sucre.
Y más allá de ese límite, en aquellos años...No había nada.
Quilicura por entonces, en este año 1968, aún mantenía su aspecto provinciano y las familias más antiguas conservaban las tradiciones,  el respeto y la convivencia.
Aún en aquel año era una pequeña aldea donde todos nos conocíamos y compartíamos las alegrías y las tristezas.
Esa tarde de verano Blanca Beiza se sentó a reflexionar e imaginar lo que sería la vida allí y cuan diferente parecía todo de lo que habían dejado.
No había nada: los terrenos se habían talado y al  margen de árboles centenarios no había  vegetación, ni sauces, ni sembrados, ni pajarillos ni arroyos ni canales y además, la familia que hasta entonces vivía en la inmensidad del campo,  tendría que convivir con otros vecinos a los que nunca antes habían visto.
Entre la hierba natural que crece en los callejones y este nuevo paisaje había una enorme diferencia.
En el fundo El Molino, el patio para que sus niños jugaran era el campo verde y extenso.
Sin duda que se iniciaba un nuevo y desconocido capítulo en su vida.
Esa tarde Blanca pensó en su historia  y de que manera extraña se conjugan los vaivenes del destino.
Su infancia había sido muy triste y solitaria
Tempranamente su madre falleció y fueron sus abuelos los que la criaron.
Había nacido el 1º de abril del año 1927 en el sector de Huechuraba y su infancia transcurrió junto a su abuela Teresa en una antigua casona de Puente Verde.
Quienes han quedado huérfanos en la infancia pueden comprender lo que significa vivir sin el hogar paterno.
Sin embargo nos hablaba del entrañable amor que sentía su abuelo por ella, con mucha emoción relataba como una tarde de invierno su abuelo la cubrió con una manta y la llevó en su caballo bajo la intensa lluvia.
En aquellos años solamente existían los colegios públicos y no lejos de allí realizó sus estudios hasta algún grado de la primaria.
Fue en esa Escuela de Huechuraba donde sus vidas en cierto modo se cruzaron con Sergio Valladares y donde la historia de esta familia se iniciaba.
Desde el año 1945, por 67  años compartieron su vida y lucharon por todos sus hijos, incluyendo a Marina y Sergio hasta lograr la familia que la mayoría de los vecinos hoy conocen.
Sin embargo estar acá en esta tierra nueva, podría ser la razón para que todo cambiara y prosperaran sus sueños.
Acá sus hijos crecieron y su familia compacta, tranquila, austera y distinguida muy pronto logró el respeto del vecindario, de sus esforzados vecinos.
Y florecería con ello la prosperidad y la armonía.
Los vecinos se organizaron y Blanca desde siempre tuvo una significativa presencia en todas las actividades comunitarias, sus grados de sensibilidad social prontamente le llevaron a integrarse a la Junta de vecinos, al centro de madres, a los centros de padres de la Escuela 386 y a su querido partido Demócrata cristiano.
No estaba sola y había otros vecinos como ellos, donde lentamente, se iniciaron los lazos de pertenencia y amistad.
La población “María Ruiz Tagle” se integró a la antigua comunidad de Quilicura y poco a poco  el barrio vio renacer nuevos árboles, los jardines y el progreso.
Sus hijos crecieron y casi sin darse cuenta en torno a si surgieron las nuevas familias.
Su fe católica se renovó con un nuevo esplendor cuando las comunidades del camino neo catecumenal llegaron a esta parroquia.
Vino un nieto y luego otro y otro hasta constituir un legado y una heredad casi impensable.
Tal como dijo el padre Eduardo; a través de ella, de la fragilidad de esta mujer,  se multiplicó la vida.
Era muy común escuchar a Blanca hablar de su infancia y de su juventud, venía con las huellas de la soledad, del sufrimiento de un resentimiento por las alegrías que la vida en su infancia y adolescencia no le brindó.
Siempre surgía en sus conversaciones la pequeña niña emocional que lloraba y hasta le costaba comprender la felicidad.
Sin embargo a ella y a su esposo, la existencia, Dios y la vida le compensaron con una enorme familia, con sus hijos adorados, con sus yernos y nueras con muchísimos nietos y bisnietos que las tardes de los domingos juguetean por la casa.
Seguramente en su humilde y acogedora casa del pasaje Sucre vivió los días y los momentos más hermosos de su vida porque siempre estaba la compañía de su extensa familia.
Eran tardes y veladas de risas y música.

La felicidad para la gente de fe, es ver en torno a su mesa a sus hijos y a los hijos de sus hijos.

Sin embargo la vida le deparaba momentos de enorme desconsuelo cuando en enero del año 2008 falleció su hija mayor, Teresa, dejando una herida incurable en su corazón.
Luego vino el deceso de su compañero de vida, Don Sergio quien la dejó en el mes de septiembre del año 2012, provocando una angustia nueva de la que no se recuperaría, acentuaría el dolor el desconsuelo y el deseo de reencontrarse con él, con su amado  “viejo” lo antes posible.
Su salud se vio afectada intensamente, ya no volvería a ser la mujer altiva que caminaba orgullosa de su heredad y los delirios del fin asomaron como fantasmas en cada noche y en cada amanecer.
El mayor consuelo fue entonces la visita de sus hijos y la enorme paciencia de quienes le acompañaron en esta lenta agonía.
Nosotros compartimos con ella el último verano y para Graciela y Lucy fue como una obsesión que su querida madre pudiera ver el mar, algo presagiaba que sería el último verano de su vida.
No necesito en verdad decirle a nuestra querida madre, abuela, suegra, hermana que este templo contiene hoy un amor inmenso al despedirla.
Nadie de nosotros podía consolarla como ha sido consolada.
No hay duda alguna que entre los fulgores de la luz celestial ella contempla esta comunidad que hoy está  reunida acá.
Distingue y reconoce a cada uno de nosotros porque así es la mirada de una madre.
Su figura ha retomado el nuevo vigor de la vida y los colores de su piel han vuelto a la tersura de la primavera.
Hace ya muchas horas que un coro de ángeles y serafines la cobijó en sus nuevas moradas, lugar de paz y plenitud donde el tiempo y el espacio son eternos.
Abandonó este cuerpo, al cumplir 87 años y lo hizo de la misma forma en que Graciela, al igual que sus hermanos  lo habían pedido insistentemente: Que su amada madre pasara de este sueño, al sueño celeste.
Por cierto que en estas horas, toda su familia ha derramado muchas lágrimas y un  intenso suspiro de ausencia se ha apoderado de todos.
Ha partido la madre, la abuela, la suegra, la vecina, la amiga, la hermana, la “mami blanca”.
Y henos acá frente a tu féretro  donde reposa tu figura que ayer era desbordante de energía y cuya llama se extingue en los días postreros.
Puedes ver este maravilloso abanico de personas, tus hijos y sus esposos y esposas, tus 33 nietos, tus 34 bisnietos, tus amigos, tus vecinos del barrio, tus queridos hermanos de la comunidad neocatecumenal, tus camaradas, tantos que se han unido en este momento del adiós.
Tu heredad, como todos han dicho, es hermosa.
Por mi parte tengo una enorme gratitud por la hospitalidad que siempre recibí; por cuidar a mis hijos pequeños, por tu generoso corazón.
Entrégales un abrazo a mis padres y diles que ningún sacrificio fue en vano, que hemos permanecido unidos.
Cada primero de julio, llevaremos rosas blancas y recordaremos esta historia junto a tu tumba.
Amada Blanca, descansa en la alegría y en la paz…



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