viernes, 16 de noviembre de 2012

PABLO ERNESTO ESPINOZA RIQUELME


LOS VALORES QUE VIENEN DESDE LA INFANCIA.


Hace  pocos días escribía algo sobre la calle Manuel Antonio Matta de Quilicura.
La calle Matta, es la primera ruta de acceso a Quilicura.
La misma de ayer, es la misma de hoy.
Esta avenida surgió casi con el inicio de nuestra comuna, a principios de siglo. Era una hermosa ruta que serpenteaba desde la carretera Panamericana y conducía a nuestra pequeña aldea que como un villorrio se había establecido en la parte central de Quilicura.
Éste era mi pueblo.
Una aldea oscura que en los años sesenta ocultaba sus habitantes antes de que dieran las nueve de la noche. Una aldea de poquísima iluminación.
Desde la carretera hacia el centro, sólo  unas pequeñas ampolletas trataban de iluminar el camino solitario.
Y era este camino solitario que nos conectaba con los distintos lugares de la comuna:
La estación, Las parcelas, Lo Campino,  Lo Cruzat, el pueblo, San Luis.
Así fue siempre Quilicura, una aldea quieta silenciosa y apacible donde el tiempo al parecer se había detenido
En aquella época de niños, íbamos y veníamos por Quilicura, a veces caminando, a veces en bicicleta, a veces en un carretón, a veces en una vieja micro.

Frente al fundo lo Cruzat, se encontraba el sector de la población San Francisco, era por entonces uno de los escasos sectores que habían levantado un caserío con el esfuerzo de los vecinos. Casas de adobes de jardines y parrones.
Allí en ese lugar, vivía la familia Espinoza Riquelme.
Eran conocidos y amigos de mis padres.
Mi padre tenía un gran respeto por todos ellos y siempre nos hablaba de don Pepe Espinoza y de su familia.
Se que esto era recíproco.
Por aquellos años, nosotros aún vivíamos en el fundo de Lo Marcoleta, de tal manera que nos dividían apenas unas cuadras.
La hierba verde, las flores y las enredaderas cubrían los espacios vacíos entre la calle Matta y las casas de la población San Francisco. Allí todo el entorno era verde.
Yo recuerdo a mis hermanas mayores compartiendo los juegos con las hijas y los hijos de Don Pepe.
 Y aunque todo terminaba a las ocho de la noche, era imborrable el momento que ellos vivían con las rondas, los gritos  y los cánticos inocentes.
Don Pepe Espinoza y la señora Nena eran muy queridos y muy respetados, era una familia hermosa que como todos los vecinos de aquella época estaban  siempre ligados al campo y a la agricultura.
En mis recuerdos están la leche, las uvas  y los cascos de los caballos por la calle Matta en cada madrugada, inviernos o veranos.
En verdad nuestra pequeña aldea prácticamente era agrícola. Gente muy simple, como lo es la gente del campo.
En los años sesenta éramos no más de 30 mil habitantes, todos nos conocíamos y estrechábamos lazos,  no había violencias, ni riñas, ni malas intenciones éramos en esencia todos solidarios y disfrutábamos de la paz y de la tranquilidad que da el paisaje del campo, el canto de las aves y la generosa tierra que nos proveía de todo.
La calma se alteraba apenas los domingos con el grito de los hinchas en el campeonato de futbol que atraía a los jóvenes y a los niños  de Quilicura.
La calma y el silencio se alteraban con el canto y el sonido de las guitarras que traían los evangélicos  por las calles las tardes de sábados o domingos.
A nosotros nos congregaba el fútbol  a todos los niños de aquella época nos cautivaba el fútbol  Era una pasión desbordada.
Las mañanas de los domingos el bullicio de los niños en las canchas de fútbol era una alegría  y un espectáculo de la más sana convivencia.
En los años sesenta también nos convocaba  la acción católica y las actividades culturales del folklore que nos acercaba al centro cultural Ana Mangiamarchi. Fueron nuestros derroteros de niños y de adolescentes.

No es fácil  olvidar los grandes espectáculos  que montábamos en el estadio municipal, llenos de optimismo con un desinterés manifiesto y con las ansias de compartirlo  todo.
Eran otros  momentos,  otros sueños, otras auroras.
Era la infancia y la juventud de los años sesenta que en Quilicura se debatía entre  tanta noticia que por esos días alteraba el planeta.
Lejos de nosotros el mundo estaba cambiando.
Sin embargo, acá, nada parecía tener prisa. Nada  parecía más importante que vivir.
Nada era más simple que nuestra vida de ayer.

Y mis recuerdos de Pablo Espinoza están ligados con todo esto.

Ayer me enteré de su deceso y aunque sabía por Edgardo que se encontraba con mucha gravedad en el hospital, al momento de enterarme de esto guardé un silencio respetuoso y mi mente viajó fugazmente por el ayer...
Era el homenaje distante porque alguien de mi generación, otro más, partía. Como han partido muchos.
Con un cúmulo de recuerdos y de visiones de la vida que  nos era buena.
Porque acá en Quilicura, todos estamos ligados a esta misma historia y a estos mismos recuerdos.
Es nuestro gran tesoro. Nuestro gran orgullo. Algo que nos une fraternalmente.
Y aunque la vida nos separe en la distancia, siempre el detonante de la nostalgia  nos unirá en un abrazo y en un recuerdo perecedero, porque todos los niños de esa época como Pablito  y otros que podemos estar acá, vivimos exactamente lo mismo.
Por eso  los rostros de todos los niños de ayer nos son familiares.

¡Cómo les expresamos a los niños de hoy que éramos felices!
¡Cómo les expresamos a los niños de hoy que nuestra felicidad era un caballo, una bicicleta o una pelota de fútbol!
¡Cómo se enteraran los jóvenes de hoy que nuestro llanto era porque se nos acababa un día más de juego!
¡Cómo le explicamos a la sociedad de hoy que en este ayer, en este hermoso pueblo todo estábamos protegidos!
Nuestras familias se conocían se amaban y se respetaban  y todo eso se trasmitía a nosotros.
Nosotros éramos capaces de recorrer cuadras y cuadras por un partido de fútbol, y nos daba igual que fuéramos del Biblioteca o que Pablo jugará en Real san Francisco, nos daba igual porque en el fondo éramos de un solo equipo.
Éramos todos amigos y todos queridos.

Tal vez los años nos separaron, pero la vida y el recuerdo siempre nos mantuvieron unidos.
Por eso, cuando al cabo de algunos años, un día ambos nos encontramos nos estrechamos en un largo y sincero abrazo.
No había nada que agregar.
Éramos los mismos niños, solo que no re encontrábamos cuarenta años después.
Así ha ocurrido esta mañana y así siempre nos ocurre.
Precisamente  por eso, este mediodía no tengo mucho que agregar.
Se perfectamente que los valores que Pablo traía desde su familia en la infancia, los ha llevado por todos los lugares y cada uno de los que se encuentran acá me dirían exactamente lo mismo.
Sólo necesitaba expresar que en la vigilia, anoche tuve muchos sueños hermosos,
y fueron sueños de niñez.
Y entre los sueños estaba el Pablito Espinoza y muchos otros niños de mi generación.
De aquellos años sesenta.
Y este arrebato de imágenes y palabras me ha llevado a escribirte estas palabras.
Expreso con emoción mí saludo a toda tu familia.
A tu esposa a tus hijos, a tus padres y hermanos. No estén tristes.

Hay un lugar en el paraíso para todos los niños de ayer.
Hay un lugar en el paraíso donde nos encontraremos todos los niños de Quilicura que jugamos con lo más simple.
Seguramente estas feliz allá. No tengo dudas de eso.
Por de pronto, yo no olvidé nunca tu casa paterna, ni a ti, ni a tu familia.
Tengo un entrañable amor por mi tierra y por cada uno de los hijos que construyó parte de mi pueblo.
Tengo un gran afecto por las familias que construyeron nuestra identidad y nuestra cultura, por la gente más modesta.
Por eso, da un abrazo a mi madre y a mi padre que tanto te querían.
Se que se alegraron mucho de verte,  esperan con ansiedad que todos los suyos  regresen allí.
Por mi parte, yo me encargo de que tu nombre lo recuerden los quilicuranos y las generaciones que vienen.
Gracias Pablito
Descansa en la paz.

Con un aplauso se desborda nuestro cariño por ti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario