jueves, 27 de octubre de 2011

ELBA ROSA CANALES RETAMALES

                         EL CAMINO HACIA LA FE
En el otoño del año 1978, en la Parroquia Nuestra Señora del Carmen de Quilicura, se abría junto al Padre Gerardo Parent, el camino neocatecumenal.
Un reducido número de hermanos, la mayoría mujeres, escucharon el anuncio de una buena noticia que con el correr de los años, transformaría su vida, la visión de la Iglesia y la fe…
Una de estas personas, que hace treinta años, estaba presente allí, era Rosita Canales, una frágil mujer que venía marcada por el sufrimiento y la soledad.
Por alguna razón, la respuesta a la historia de su vida, la encontraría en medio de una comunidad con gente tan sencilla como ella y de experiencias tan similares.
Sin embargo, esta historia, se había iniciado hace 76 años en la localidad de Panimávida.
En esas tierras, el día 10 de agosto del año 1933, Rosa vio la luz del día y conoció la vida, una vida muy extraña y singular, una vida de niña sola porque jamás conocería a sus padres, lo que era la predestinación de su historia , porque la historia de cada uno está construida y diseñada en nuestra primera infancia.
Rosa, en la soledad del campo, junto a su abuelo Leoncio, hombre muy rígido, no tenía más compañía que la naturaleza, los animales y el trabajo. Ella siempre recordaba como travesura de su infancia, que a escondidas  sacaba los terrones de azúcar morena para alimentar a los animalitos. Lo concreto es que conoció el trabajo ya desde los ocho años.
Cuando las niñas hablan y visten a sus muñecas, ella ya conocía el trabajo de una casa: los quehaceres hogareños, la limpieza, el aseo, la cocina y las responsabilidades…
Una niña de ocho años, a tan temprana edad, ya era empleada puertas adentro, en casa de una familia que la conoció y la tuvo a su cargo.
Su vida es esfuerzo y trabajo, su cuerpo menudo la hacía mucho más pequeña aún. ¡Qué duro debió ser para ella, levantarse antes del amanecer para amasar el pan en su pequeña casa junto al abuelo!
Rosa vivió su juventud en la Comuna de Renca y allí  conoció al hombre con quien compartiría su vida, Don Gilberto Rodríguez Jara.
A los 23 años inició su maternidad y dio luz a sus hijos Rosita, Leonardo Gilberto, Miguel Ángel, Jorge Luis.
Siempre la acompañó su fragilidad, por eso, en el año 1967, en el mismo hospital contrajo matrimonio  y luego se instalaron en el sector de la Carretera, en el barrio de la Unión donde nacerían sus hijos: Jacqueline del Carmen, y luego el queridísimo Iván.
Por aquellos años, al finalizar la década de los sesenta, acá en Quilicura surgía la población María Ruiz Tagle, esta Villa del “mañío”.
Un numeroso grupo de familias, nuevos pobladores con una gran carga de secretos sueños se instalaron en el sector poniente de esta comuna. Toda gente de trabajo y de muchas frustraciones sociales.
Para esta familia Rodríguez Canales, Dios ya había preparado una casa y una dirección, el pasaje Condell 710, donde compartirían su vida junto a los otros vecinos que llegaban a esta comuna y que trasformarían el paisaje de nuestro pueblo.
Fue acá donde se inició la segunda parte de esta historia.
Rosa dio a luz a sus seis hijos, pero también amó e hizo propios los hijos de su esposo Fresia, Morelia y Carlos, a quienes quería entrañablemente.
La vida en Quilicura, transcurrió en este apacible sector donde los vecinos estrecharon lazos y vivencias. Todos hemos crecido acá.
Los niños del barrio la bautizaron como la “mami chiqui”.
Agradecida de Dios y de la vida, ella siempre ayudó a sus vecinos, especialmente a los niños, a quienes preparaba fiestas navideñas, organizando regalos, mercaderías para las familias y todo lo que fuera ayuda solidaria.
Su gran anhelo, era contar con un techo propio en donde cobijar una familia unida con los hijos y los nietos. En Quilicura, se cristalizó ese sueño, por eso hoy están aquí sus vecinos, los niños de ayer y los niños de hoy…Todos estos niños que seguirán hablando de la “mami chiqui “.
Siempre estuvo ligada al trabajo, siempre los oficios más humildes, como lavandera, como empleada, como artesana.
Sin saberlo, merced  del trabajo, pavimentó el camino de la cruel enfermedad que cargó gran parte de su vida.
Junto a sus hijos, elaboraba bolsas que confeccionaba con el material de los sacos de cemento. Fue este tóxico el que le provocó una fibrosis pulmonar, por eso, cada pequeño resfrío, se trasformaba en una severa infección, cada resfrío eran muchos días de tos y de dolencias.
Un gran golpe le dio la vida en el año 2002, ese año fallece su esposo y queda con otro dolor de soledad en su corazón, unos años de tristeza y de nostalgias.
Y en estas contradicciones que nos entrega la vida, vemos como una mujer frágil y enferma, trabaja con mucho amor cuidando a otros enfermos. Es madre de sus hijos, de sus nietos y de otras personas que le corresponde atender.
Traía consigo la letal enfermedad desde hacía más de veinte años, pero esto no fue impedimento para consagrarse a sus tres grandes amores:
Un gran amor por el trabajo.
Un grande amor por su familia
El grandísimo amor a Dios expresado en su querida comunidad y en cada uno de los hermanos de la fe que tanto amaba.
Por la fe, su vida fue un permanente conflicto, no renunció a asistir a las celebraciones de la comunidad aunque esto era un combate, una lucha con su esposo y con su familia.
Siempre había dicho en su hogar: “Dios es el único que puede sanar, Dios es el único que puede salvar. Fuera de Dios no hay nada “
Y motivada por esta convicción hizo lo posible para que su familia asistiera a la Iglesia. Logró que todos respetaran sus íntimos y diarios momentos de oración. Los frutos, tal vez no los vio. Pero ayer sábado por la noche, todos fuimos testigos del milagro.
Sus dos hijos irreconciliables, separados por tanto tiempo, por tantos desencuentros, se estrecharon en un emocionado abrazo junto a su débil cuerpo. En ese momento Rosita cantaba con nosotros desde la eternidad, como una niña de ocho años:”Se encontraron dos ángeles y uno le dijo al otro, la bendición está en la Gloria de Dios”.
Tal vez esta breve historia no sea muy significativa para el mundo y su ajetreo. A nadie le importa mucho ni le interesa que una pequeñísima mujer a fuerza de constancia, trabajo y mucha fe pueda abrir los caminos de la esperanza.
Pero nosotros así la conocimos
Y así la vimos con su caminar erguido.
A su familia dejó el legado para que siempre permanecieran unidos y reconciliados.
SU MUERTE QUERIDOS HERMANOS E HIJOS HA BORRADO TODAS LAS INGRATITUDES.
A los vecinos deja el respeto y la solidaridad.
A sus enemigos el empuje y el tesón defendiendo a sus hijos como una pequeña fierecilla.
A nosotros nos queda el imborrable recuerdo de una mujer con los brazos extendidos mirando hacia el cielo, dialogando a su manera con el autor de la vida.
Nos queda su risa franca, su débil voz cantando y recitando salmos.
Su lectura fluida después de tantas noches abriendo la escritura.
El día viernes se despidió de su hija, le dijo que no volvería, que cuidara de la casa y cuidara de los niños.
La piel de su rostro cambió de color, sus mejillas se tornaron rosadas y tersas, se aprestaba para ver a Dios Cara a cara.
A las 15.45 horas del día 23 de octubre cerró sus ojos e inició el camino a la eternidad, pasando por el valle del llanto lo convirtió en  bendición.
Elba Rosa Canales Retamales
Nos vemos en el cielo, en la Jerusalén celeste
Desde ahora descansa en la paz.

Octubre 2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario