LOS VALORES QUE VIENEN DESDE LA INFANCIA.
La calle Matta, es la primera ruta de acceso a Quilicura.
La misma de ayer, es la misma de hoy.
Esta avenida surgió casi con el inicio de nuestra comuna, a principios
de siglo. Era una hermosa ruta que serpenteaba desde la carretera Panamericana
y conducía a nuestra pequeña aldea que como un villorrio se había establecido
en la parte central de Quilicura.
Éste era mi pueblo.
Una aldea oscura que en los años sesenta ocultaba sus
habitantes antes de que dieran las nueve de la noche. Una aldea de poquísima
iluminación.
Desde la carretera hacia el centro, sólo unas pequeñas ampolletas trataban de iluminar
el camino solitario.
Y era este camino solitario que nos conectaba con los
distintos lugares de la comuna:
La estación, Las parcelas, Lo Campino, Lo Cruzat, el pueblo, San Luis.
Así fue siempre Quilicura, una aldea quieta silenciosa y
apacible donde el tiempo al parecer se había detenido
En aquella época de niños, íbamos y veníamos por Quilicura,
a veces caminando, a veces en bicicleta, a veces en un carretón, a veces en una
vieja micro.
Frente al fundo lo Cruzat, se encontraba el sector de la
población San Francisco, era por entonces uno de los escasos sectores que
habían levantado un caserío con el esfuerzo de los vecinos. Casas de adobes de
jardines y parrones.
Allí en ese lugar, vivía la familia Espinoza Riquelme.
Eran conocidos y amigos de mis padres.
Mi padre tenía un gran respeto por todos ellos y siempre nos
hablaba de don Pepe Espinoza y de su familia.
Se que esto era recíproco.
Por aquellos años, nosotros aún vivíamos en el fundo de Lo Marcoleta,
de tal manera que nos dividían apenas unas cuadras.
La hierba verde, las flores y las enredaderas cubrían los espacios
vacíos entre la calle Matta y las casas de la población San Francisco. Allí todo
el entorno era verde.
Yo recuerdo a mis hermanas mayores compartiendo los juegos
con las hijas y los hijos de Don Pepe.
Y aunque todo
terminaba a las ocho de la noche, era imborrable el momento que ellos vivían
con las rondas, los gritos y los cánticos
inocentes.
Don Pepe Espinoza y la señora Nena eran muy queridos y muy
respetados, era una familia hermosa que como todos los vecinos de aquella época
estaban siempre ligados al campo y a la
agricultura.
En mis recuerdos están la leche, las uvas y los cascos de los caballos por la calle Matta
en cada madrugada, inviernos o veranos.
En verdad nuestra pequeña aldea prácticamente era agrícola.
Gente muy simple, como lo es la gente del campo.
En los años sesenta éramos no más de 30 mil habitantes,
todos nos conocíamos y estrechábamos lazos,
no había violencias, ni riñas, ni malas intenciones éramos en esencia
todos solidarios y disfrutábamos de la paz y de la tranquilidad que da el
paisaje del campo, el canto de las aves y la generosa tierra que nos proveía de
todo.
La calma se alteraba apenas los domingos con el grito de los
hinchas en el campeonato de futbol que atraía a los jóvenes y a los niños de Quilicura.
La calma y el silencio se alteraban con el canto y el sonido
de las guitarras que traían los evangélicos
por las calles las tardes de sábados o domingos.
A nosotros nos congregaba el fútbol a todos los niños de
aquella época nos cautivaba el fútbol Era una pasión desbordada.
Las mañanas de los domingos el bullicio de los niños en las
canchas de fútbol era una alegría y un
espectáculo de la más sana convivencia.
En los años sesenta también nos convocaba la acción católica y las actividades culturales
del folklore que nos acercaba al centro cultural Ana Mangiamarchi. Fueron
nuestros derroteros de niños y de adolescentes.
No es fácil olvidar
los grandes espectáculos que montábamos
en el estadio municipal, llenos de optimismo con un desinterés manifiesto y con
las ansias de compartirlo todo.
Eran otros
momentos, otros sueños, otras
auroras.
Era la infancia y la juventud de los años sesenta que en Quilicura
se debatía entre tanta noticia que por
esos días alteraba el planeta.
Lejos de nosotros el mundo estaba cambiando.
Sin embargo, acá, nada parecía tener prisa. Nada parecía más importante que vivir.
Nada era más simple que nuestra vida de ayer.
Y mis recuerdos de Pablo Espinoza están ligados con todo
esto.
Ayer me enteré de su deceso y aunque sabía por Edgardo que
se encontraba con mucha gravedad en el hospital, al momento de enterarme de
esto guardé un silencio respetuoso y mi mente viajó fugazmente por el ayer...
Era el homenaje distante porque alguien de mi generación,
otro más, partía. Como han partido muchos.
Con un cúmulo de recuerdos y de visiones de la vida que nos era buena.
Porque acá en Quilicura, todos estamos ligados a esta misma
historia y a estos mismos recuerdos.
Es nuestro gran tesoro. Nuestro gran orgullo. Algo que nos une
fraternalmente.
Y aunque la vida nos separe en la distancia, siempre el
detonante de la nostalgia nos unirá en
un abrazo y en un recuerdo perecedero, porque todos los niños de esa época como
Pablito y otros que podemos estar acá, vivimos
exactamente lo mismo.
Por eso los rostros
de todos los niños de ayer nos son familiares.
¡Cómo les expresamos a los niños de hoy que éramos felices!
¡Cómo les expresamos a los niños de hoy que nuestra
felicidad era un caballo, una bicicleta o una pelota de fútbol!
¡Cómo se enteraran los jóvenes de hoy que nuestro llanto era
porque se nos acababa un día más de juego!
¡Cómo le explicamos a la sociedad de hoy que en este ayer,
en este hermoso pueblo todo estábamos protegidos!
Nuestras familias se conocían se amaban y se respetaban y todo eso se trasmitía a nosotros.
Nosotros éramos capaces de recorrer cuadras y cuadras por un
partido de fútbol, y nos daba igual que fuéramos del Biblioteca o que Pablo
jugará en Real san Francisco, nos daba igual porque en el fondo éramos de un
solo equipo.
Éramos todos amigos y todos queridos.
Tal vez los años nos separaron, pero la vida y el recuerdo
siempre nos mantuvieron unidos.
Por eso, cuando al cabo de algunos años, un día ambos nos
encontramos nos estrechamos en un largo y sincero abrazo.
No había nada que agregar.
Éramos los mismos niños, solo que no re encontrábamos
cuarenta años después.
Así ha ocurrido esta mañana y así siempre nos ocurre.
Precisamente por eso,
este mediodía no tengo mucho que agregar.
Se perfectamente que los valores que Pablo traía desde su
familia en la infancia, los ha llevado por todos los lugares y cada uno de los
que se encuentran acá me dirían exactamente lo mismo.
Sólo necesitaba expresar que en la vigilia, anoche tuve
muchos sueños hermosos,
y fueron sueños de niñez.
Y entre los sueños estaba el Pablito Espinoza y muchos otros
niños de mi generación.
De aquellos años sesenta.
Y este arrebato de imágenes y palabras me ha llevado a
escribirte estas palabras.
Expreso con emoción mí saludo a toda tu familia.
A tu esposa a tus hijos, a tus padres y hermanos. No estén
tristes.
Hay un lugar en el paraíso para todos los niños de ayer.
Hay un lugar en el paraíso donde nos encontraremos todos los
niños de Quilicura que jugamos con lo más simple.
Seguramente estas feliz allá. No tengo dudas de eso.
Por de pronto, yo no olvidé nunca tu casa paterna, ni a ti, ni
a tu familia.
Tengo un entrañable amor por mi tierra y por cada uno de los
hijos que construyó parte de mi pueblo.
Tengo un gran afecto por las familias que construyeron
nuestra identidad y nuestra cultura, por la gente más modesta.
Por eso, da un abrazo a mi madre y a mi padre que tanto te
querían.
Se que se alegraron mucho de verte, esperan con ansiedad que todos los suyos regresen allí.
Por mi parte, yo me encargo de que tu nombre lo recuerden
los quilicuranos y las generaciones que vienen.
Gracias Pablito
Descansa en la paz.
Con un aplauso se desborda nuestro cariño por ti.
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