lunes, 9 de enero de 2012

LUIS OSVALDO MARTÍNEZ LÓPEZ

EL PADRE OSVALDO Y SU BREVE PASO POR QUILICURA



En Quilicura, la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, prácticamente nació con la Comuna al inicio del siglo.
Justamente cuando se fundó Quilicura, una acomodada familia donaba un terreno para levantar una parroquia.
Por muchos años, aquel templo de adobes era la referencia de nuestro pueblo. Es más. Al inicio de los años sesenta fue el refugio de toda la generación de jóvenes que se abrían paso para cambiar el mundo.
Conforme los años han pasado y la geografía de nuestro pueblo ha ido cambiando, nuestra parroquia ha ido quedando oculta entre el cemento y el metal.
Porque todo ha cambiado.
Y la gente ha cambiado.
La fe de nuestro pueblo también ha cambiado.
Las expresiones de la fe se han transformado.
En aquella década del año 1990, Quilicura era una constante transición.
La comunidad de los fieles que para todos nosotros eran rostros familiares, un día dejaron de serlo.
La identidad que por años tuvimos como feligreses, un día a todos nos hizo algo anónimos.
¡Qué difícil entonces pastorear este rebaño y encauzarlo hacia los pastos más nutritivos y más verdes! Una pastoral incierta en una época en que nada nos convoca.
Y precisamente por aquel tiempo, en el mes de marzo de 1998, el padre Luis Osvaldo Martínez López, se hacía cargo de nuestra parroquia.
Un tiempo difícil por lo que estaba ocurriendo en las calles y en los barrios de este pueblo.
Por muchísimos años, en la parroquia nuestra Señora del Carmen, se podía apreciar la mano y la  intervención del Padre Gerardo Parent, quien además de su extensa permanencia era muy querido y había instaurado una forma de desarrollar la pastoral que ya estaba asumida en el corazón de la comunidad.
Quilicura era un pueblo extraño porque a las tradicionales familias que por años habían convivido, ahora se anexaban otras que quizás con que expectativas venían y porque traían otras expresiones de la fe.
El padre Osvaldo era todo simplicidad y sencillez.
Venía marcado por una vida incesante de entrega a los más pobres, a los trabajadores, a los movimientos obreros a los marginales.
Le precedía toda una historia en los sectores más vulnerables y desposeídos de la zona sur de Santiago, en las poblaciones emblemáticas que alzaron la voz de la justicia y la libertad en la época de los años ochenta.
No necesitaba expresarlo, era fácil presumir que las huellas de la pobreza y la injusticia social le clavaban el corazón.
La mansedumbre asomaba en este rostro algo pálido y marcado por esas huellas.
La noche en que asumía en Quilicura, durante la Eucaristía, varios hermanos de su ex parroquia Jesús Obrero, estuvieron presentes.
Eso era más que un gesto solidario.
Era algo así como retener al párroco tan querido y manifestar con su presencia que la labor simple pero fructífera que realizó, no fue en vano.
Todos los testimonios que se han escuchado acá, hablan de eso.
No pasó mucho tiempo para que los fieles de nuestra parroquia percibieran el carisma que acompañaba a nuestro párroco:
El amor y la caridad, la  solidaridad y el respeto no eran conceptos. No eran ideales por los que había que luchar, no eran ni sueños ni utopías.
Era la realidad de una pastoral preferencial por los pobres que él llevaba consigo en su vida.
Y fue así como le percibimos en su corta permanencia en Quilicura.
No pasó mucho tiempo y fue enviado a la capilla San Isaac, lo que hoy es la parroquia San Alberto Hurtado.
Al igual que en todos los sitios, los vecinos, los amigos, la gente pobre. los trabajadores y toda la comunidad jamás le olvidaron.
En Quilicura su paso fue breve.
En la parroquia nuestra Señora del Carmen, fue el quinto párroco en esta pequeña historia.
En cuanto se supo de su deceso muchas personas se consternaron con esto.
La gente importante y la gente humilde.
Nosotros convivimos con él y caminamos con él , sin duda alguna que su principal característica era la simplicidad en la mirada de la vida. 
Un corazón limpio puede ver la creación de Dios en los otros y quizás por eso, no entraba en ninguna discusión, sólo miraba y sonreía. Es entonces cuando la mayor locuacidad y viveza del hombre parece una necedad.
Fue de una familia numerosa que se fue desmembrando con los años, sus hermanos se fueron por senderos diferentes y finalmente junto a su hermana quedó solo.
Fue en esta soledad que hizo su tránsito hacia la plenitud de la vida eterna.
Nosotros y todos los que estamos esta tarde acá, nos quedaremos con el recuerdo de su voz débil, con su caminar cancino, con sus palabras simples, con esa sonrisa y con su compañía cuando viene el dolor.
¿Que más biografía que esta?
Había cumplido los 81 años, tenía una vida entregada a la oración y al sacerdocio, 54 años.
Asumió con gran pasión las juventudes obreras católicas, trabajaba en su ancianidad en esta parroquia y precisamente acá un cáncer acabó con sus días.
Hasta su lecho postrero llegaron muchas personas, amigos y hermanos que tanto lo valoraron.
Un pescador de hombres, como era su canto preferido y como lo fue él, no es tan difícil imaginar donde se encuentra.
Hace ya varias horas que en la eternidad el susurro de Rey se escuchó y dijo:
"Ven a mi, Osvaldo, bendito de mi padre.
Ven a mi derecha a gozar de la herencia del reino preparado para ti, desde la creación del mundo. 
Porque tuve hambre y me diste de comer.
Tuve sed y me diste de beber,
era forastero y me acogisteis,
estaba desnudo y me vestisteis.
Estaba enfermo y me visitasteis, estaba en la cárcel y viniste a verme".
Desde Quilicura, que forma parte de tu historia, hemos venido a despedirte.
Padre Osvaldo Martínez
¡Hasta siempre!

                        Liturgia fúnebre en la Parroquia San Alberto de Recoleta

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