viernes, 28 de octubre de 2011

RAÚL NELSON VALLADARES LARENAS

         UNA ACORDEÓN AL ATARDECER
  En algunos días más Nelson cumpliría 62 años, había nacido en 1948 es por lo tanto de la segunda generación de Quilicuranos.
Esta segunda generación de Quilicuranos es la que consolidó nuestra comuna en todo sentido, y que tiene por lo tanto su propia  historia, una historia compartida por muchos de los que están hoy aquí.
La historia nuestra se inicia junto con el medio siglo, por allá en los años cincuenta.
Nuestros abuelos, habían partido ya.
Por entonces Quilicura tenía un aspecto y un paisaje muy diferente a como lo han encontrado las nuevas generaciones: Quilicura era un pueblo apacible, amigable, solidario, tranquilo e inocente…
La gente humilde de ayer , la mayoría campesinos, agricultores y pequeños comerciantes, habían logrado una armónica convivencia, sin envidias, sin agresividad, sin violencias.
En este rincón del mundo todos éramos amables y cariñosos, nuestras familias se conocían, se conocían en sus progresos y en sus limitaciones, compartíamos nuestras creencias, nuestras costumbres y nuestras tradiciones.
Nuestro pueblo tenía barrios y sectores muy definidos, pero en esencia en nuestros encuentros los de “las Parcelas”, nos abrazábamos con los de “San Luis”, con los de “la Estación” o con los del “pueblo”.
Las dificultades de unos, eran compartidas con otros, los niños como nosotros, estaban protegidos y la tranquilidad y la quietud de la noche, nunca se alteraba.
Nosotros siendo niños íbamos y veníamos, recorríamos muchas veces nuestra familiar aldea: de la Estación hacia el Cristo, de lo Echevers a lo “Bascuñan”.
El progreso venía lentamente porque todo era lento. El único vehículo de transporte público, te acordarás Cloro, iba y venía con una frecuencia de una hora o más, era un largo recorrido dejando y tomando pasajeros, vecinos que traían sus canastos, sus frutas y sus enceres . Eran doce kilómetros que a veces significaba más de dos horas…Ese vieja “micro”, nos unía con la capital.
Pero para los 35.000 habitantes que éramos entonces, era normal que así fuera…
En el Quilicura de los años sesenta los jóvenes distribuían su tiempo libre en tres grandes convocatorias. Una de ellas era el fútbol con el desborde de participación de los niños y adultos en las canchas de fútbol.
Otro movimiento lo constituía la Iglesia Católica, las campanadas llamaban a los fieles y estos acudían a la única parroquia de la Comuna.
La tercera instancia era la Iglesia Evangélica, un sonido inconfundible los días domingos al atardecer: Una larga y ordenada fila de instrumentistas y cantores elevaban cánticos e himnos al Altísimo. Desde lejos se podía escuchar el eco de las voces, de las guitarras y las trompetas.
Es posible que hoy, el rasgueo de los instrumentos y las agudas voces de los salmistas, sean aplacados por el ruido del progreso, pero en el año 1956, si que se escuchaban, y el vecindario sabía que los evangélicos iniciaban su peregrinar hacia el templo, el único que se alzaba en el centro del “pueblo”.
Por entonces, numerosas familias constituían la hegemonía de la Comuna. Las familias notoriamente antagónicas en cuanto a su condición social, convivieron sin ningún conflicto por muchos años. Cada uno de nosotros, siendo niños, comprendió este fenómeno social y se adaptó a eso, los niños de familias adineradas compartían con los hijos de los pobres, la vida continuaría así y la convivencia no se alteraría.
Fue en este entorno y en este paisaje que nuestra generación, la generación de Nelson Valladares hizo su tránsito por la  vida.
Su familia siempre vivió en Quilicura, y aquí es donde él nació.
La sombreada  casa de la calle Los Carreras 442, una de las más antiguas, ha estado siempre circundada por el verde, las uvas, los arbustos, las enredaderas y las flores. El lugar que estaba predestinado para su familia a escasos metros del templo, trayecto de fe, de alabanza y de oración.
La calle Los carrera está ubicada en el centro de nuestro antiguo pueblo, aún conserva mucho de lo de ayer, sus acacias, sus silencios y sus familias. Un barrio hermoso donde todos nos conocíamos, todos nos saludábamos, todos nos queríamos, todos nos cuidábamos, porque nosotros, las familias de entonces era lo único que teníamos.
Amábamos este suelo, amábamos el perfume de las plantas silvestres en la primavera y la fragancia que venía desde el cerro y transitaba por nuestra calle.
Allí en el corazón de la calle, frente a nosotros, estaba la familia Valladares. Don Raúl Valladares Morales, la Señora Elizarda Larenas Orellana  y sus cuatro hijos: Clodomiro, Carmen, Gina y Nelson, respetados por la fe y por los valores que venían de la intimidad de ese hogar.
Nelson fue el menor y realizó sus estudios de preparatoria en la vieja casona de la Escuela 165, una antigua construcción de adobes en el centro de la calle Vergara, a dos cuadras de nuestro hogar y de nuestra calle.
Era un niño muy maduro, que llevaba como el sello del “amigo consejero” uno que en lugar de jugar a las “pichangas” como hacíamos todos, disfrutaba leyendo las revistas, conversando, ayudando a su padre o jugando con sus perros.
En la década del sesenta, como hicimos la mayoría de nosotros, había que estudiar las humanidades en algún establecimiento de Santiago. En el año 1961 inició sus estudios secundarios en el Liceo Gabriela Mistral.
Luego de aquello manifestó lo que venía como una cualidad desde niño, un hombre muy trabajador. En su hogar cumplía con esmero y seriedad las labores que su padre le asignaba. El caso es que en su vida, siempre podía encontrar algún oficio que realizar: Trabajó como mecánico, le atraía mucho el armar y desarmar las partes del vehículo. El rigor de la vida le llevó a trabajar en las ferias libres, en contacto siempre con la tierra, los amigos y la familia.
Nelson contrajo matrimonio en abril del año 1969, se unió a su esposa Juana Larenas Contreras y constituyeron su hogar junto a sus dos hijos, Raúl Nelson y Cristián. Permaneció siempre en esta tierra uniendo de manera innegable su trabajo y su vida al servicio de la Iglesia.
No escatimó esfuerzos para fortalecer el amor por su hogar y su familia, al principio lo veíamos vender la leche por diferentes lugares de Quilicura equilibrándose en su bicicleta.

 Luego, los vecinos le saludábamos con cariño cuando llevaba la leche en su moto, finalmente lo hacía en un auto. Significativamente a todos nos trasmitía la alegría de la vida, el optimismo y sobre todo la sabiduría en la sencillez y en la modestia.
Sin embargo era por otra razón, por otro talento que las nuevas generaciones le iban a conocer y respetar. Dios, le concedió la música como instrumento de comunicación  con los niños y jóvenes. Son decenas de testimonios lo que se han escuchado en relación con la música y con su acordeón, pues aunque jamás estudió música, sin duda su interpretación era de probado virtuosismo y la mayor expresión de su fe la recibimos a través de sus himnos y salmos.
Estas nuevas generaciones de Quilicuranos le recordarán por su sencillez de lenguaje y por su complicidad con la música y el acordeón, nosotros, los que convivimos con él  en su infancia y su juventud, le vemos como el muchacho tranquilo y metódico, aquel con el cual  compartíamos breves saludos y con el que nos reíamos de la vida y sus situaciones adversas porque el estar siempre alegres, es una condición del hombre de fe.
La noche en que velamos a mi padre, vecinos desde siempre, Nelson y Juana llevaron su acordeón hasta  mi casa, era pasada la medianoche y sin control del tiempo nos enfrascamos en el más fraternal diálogo de amor a través de la música: nosotros cantábamos salmos con la música de nuestra comunidad de la Iglesia Católica y el mismo salmo Nelson lo interpretaba con la música de vuestra Iglesia. Fue algo muy hermoso que ciertamente repetiremos en el cielo. Acá este diálogo duró tres horas, en la eternidad no existe ni el día ni la noche.
Cada uno de los que le conocimos tendremos nuestra propia experiencia con su historia, lo cierto es que su paso entre nosotros tiene una trascendencia , por eso, este vecino, este hermano, este amigo, no sólo pertenece a su familia, no sólo pertenece a su querida  Iglesia , sino que es de todos nosotros, de Quilicura y de su historia.
Su vida se extinguió el día 08 de enero a las 22.30 horas, una severa lesión pulmonar aceleró su leucemia.
Desde ese minuto constituye parte de todos nosotros.
Su nombre estaba inscrito en el libro de la vida.
Pero su pasar por la vida, quedará inscrito en nuestro íntimo libro de los grandes hombres de esta tierra.
Gracias a su familia

enero 2010


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