LA SIMPLICIDAD DE VIVIR...
No lejos de acá, a unos cuantos
kilómetros cuando se va camino hacia Colina, se encuentra el llamado “puente
verde”, cerca de lo que hasta hace unos años se llamó “los pasos de
Huechuraba”.
La tecnología y el progreso han
cambiado el paisaje completamente y hoy es difícil imaginar como era la vida
hace cincuenta años..
Y la vida en estos sectores donde se encuentran el Fundo “El Molino”,
San Ignacio y santa Elena tenían otro aspecto. Allí reinaba el color verde, la majestuosidad
de la naturaleza, el canto de miles de aves silvestres y por sobre todo el
aroma de la hierba y el color de la tierra fértil.
En esos parajes que hoy cubren el progreso, y el incesante fluir de
motores, transcurrió la infancia y la juventud de Don Sergio Hernán Valladares
Morales.
Don Sergio, había nacido precisamente allí hace 92 años.
En el fundo santa Elena, el día 1º de agosto del año 1920, al llegar a
esta tierra, fue uno más de una extensa
familia constituida por varios varones y que la vida les dejaría en la orfandad
tempranamente.
Don Clodomiro Valladares y doña Julia Morales Fueron sus padres.
Sergio compartió su infancia, sus juegos y también sus desdichas con una
larga lista de hermanos los que uno a uno han ido partiendo.
Una de estas noches confundido en el recuerdo y en la dimensión del
tiempo evocando quizás que ensoñaciones los nombraba en un débil susurro:
Osvaldo, Raúl, Víctor, Fernando, Luis, Rosalindo, Auristela,
Berta y David.
La vida de trabajo en el campo comienza tempranamente. Todos los
campesinos relatan una historia similar y por eso es que Sergio siendo un niño
de ocho años ya comenzó a sentir el rigor de la tierra y su trabajo.
Fueron los surcos de Santa Elena y el enorme percherón que tenía que
montar, la primera experiencia de las faenas que cumpliría prácticamente toda
su vida.
¿De qué otra cosa podría hablar a sus hijos que no fuera la vida en las
chacras?
Y por eso todas sus conversaciones e historias estaban siempre
vinculadas a la vida cotidiana del trabajo campestre.
Hasta en los sueños parecía que sembraba esas interminables hileras de
cebollas.
Y esto es lo que transmitió a sus hijos. Su relación con las verduras, con
las zanahorias, con el apio, los rabanitos y con los canastos de tomates.
Tenía 17 años, cuando en los parajes del fundo conoció a Blanca Beiza, mujer de entereza y de fe.
Fue el día 31 de diciembre del año 1945 que unieron sus vidas en el
matrimonio y que conformaron este sólido y férreo hogar.
Por entonces ya tenía dos hijos: Sergio Y Marina.
¡Cuántos años compartiendo los
momentos de la vida!
Lo favorable y lo adverso, la salud y la enfermedad.
Y así permanecieron. Primero en el sector de San Ignacio y luego en este
Quilicura.
Y así llegaron los hijos que hoy añorarán esos días.
Pero los vaivenes de la vida nos tenían preparado un encuentro y un
vínculo que viene señalado por la divinidad desde lo alto.
Porque no obstante de esta vida quieta y lenta en el campo, donde parece
que todo crece en la abundancia, surgió la posibilidad que se trasladaran a
Quilicura. Acá no estaba solo, acá estaban sus hermanos.
Y desde Puente verde, en el fundo “El Molino” emprendieron la ilusión de
llegar a esta nueva comuna.
Puedes imaginar el cúmulo de pensamientos ilusiones y dudas que pasarían
por su mente al momento de partir.
Esa era su tierra, y ese inmenso azul, era su cielo
Los días más felices de la infancia de sus hijos transcurrieron allí
junto a la carretera y frente al enorme cerro. Allí estuvo siempre la casa
paterna donde de día siempre escuchó los
juegos de los niños y luego durante la noche, a la luz de la vela observó como
sus hijos aprendían a leer y a escribir.
Y había que partir.
No fue fácil para él la idea de abandonar esas tierras, suele ocurrir
así con los que aman el terruño.
En el año 1967 en Chile estaba despertando la conciencia social. Se
abría una ventana de esperanza para los pobres y para los más desposeídos.
Un programa denominado “operación sitio”, permitió que en estos terrenos
de Quilicura que correspondían al fundo de lo Echevers fueran expropiados para
recibir a nuevos pobladores.
Más de 300 familias llegaron a lo que se llamó “Población María Ruiz
Tagle de Frei”, era el verano de 1968.
Una de estas familias era la familia VALLADARES BEIZA.
La familia Valladares además de Sergio, la constituían su esposa, Blanca
y todos sus hijos:
Teresa, Graciela, Norma, Eduardo,
Jorge, Carlos, Lucy, Cecilia.
Y al fondo del pasaje Sucre, casi inhóspito, se inició la nueva vida con
su esposa Blanca, quien llegaba con su hijo Larry en su seno.
Así es como Sergio Valladares se establece en este suelo y es así como
se inicia la convivencia con todos estos vecinos.
Y es acá donde se cruzan muchas historias y muchas vidas.
La vida en sus inicios en este rincón de Quilicura no estaba exenta de
dificultades y de nostalgias. Se trataba de convivir con muchos otros que no
conocían esta historia.
Sería difícil no escuchar el canto de los zorzales en la mañana y por
sobre todas las cosas sería muy difícil no despertar en medio de las flores
silvestres y de la tierra.
Porque para los campesinos, para la gente que trabaja en el campo, todo
tiene un valor diferente, todo tiene un amor diferente.
La gente del campo ama el amanecer, ama el canto de los pájaros que
despiertan a la aurora.
El labrador, el hombre de la tierra, ama la lluvia y el agua que viene
por los canales.
¿Cómo no amar la luz del sol que abre los brotes en la primavera?
El hombre del campo, ama los frutos de la tierra y cuida como si fueran
sus hijos cada planta cada semilla, cada brote.
No dormirá tranquilo si la helada del mes de agosto amenaza sus
sembrados e irá con sus hijos pequeños a cubrir los débiles zapallos que asoman,
y sus hijos que piensan que eso es un juego, aprenderán la lección de la vida…
Y conoce cada surco, cada semilla que ha injertado en la madre tierra.
Ahí está el sustento de los suyos.
El hombre que ama la tierra y ama a sus animales, amará con gran
intensidad la vida y amará con mayor intensidad a sus hijos pequeños.
Sabe que a todos nosotros se nos ha regalado la vida y se nos ha
regalado la tierra.
Y sabe que el corazón de la vida, está en la tierra.
Por eso, esta mañana están acá todos sus hijos y testifican esto.
Y todos dirán lo mismo. No escucharás otra cosa de ellos, estarán
orgullosos de su padre pero todos dirán que amaron y conocieron el campo a
través de las cien historias que siempre les contó.
Las que yo también le escuché.
He aquí la sencillez de la vida.
He aquí la esencia de la sabiduría
Nuestro padre y abuelo, pasó del vigor a la debilidad.
Años intensos de luchas y faenas culminan con un cuerpecito débil y
vulnerable.
Es similar a la fuerza y a la energía de los árboles y las plantas. Vigorosos
y fuertes en su plenitud pero entregados dócilmente a la tierra en los días
postreros.
Esto es lo que me ha dicho Graciela.
Que el espíritu de su padre abandonó su cuerpo y que exhaló un último
suspiro casi imperceptible, para pasar de esta vida a la luz de la eternidad.
Es el camino que inició tu hija Teresa.
Era el mediodía del 06 de septiembre, la fecha justa en que Dios le ha
dicho en un susurro angelical:
-Sergio te invito al descanso, tu campo amplio y fecundo será un cielo
nuevo y una tierra nueva, acá verás la abundancia de los frutos y se
multiplicaran tus almácigos.
Es la hora que dejes esa tierra que removías con tanta fuerza y de donde
se extraían los alimentos. Acá contemplarás un amanecer eterno y tendrás
mansiones doradas.
Y todos nosotros nos quedaremos, sabiendo que la vida ya no será lo
mismo, que en casa no estará el papá ni el “tata” querido.
En esta mañana de septiembre, en este último adiós, con un amor y un cariño desbordado, han venido a despedirte tus
once hijos, tus 33 nietos, tus 25 bisnietos, tu tataranieto y todos nosotros
que fuimos parte de tu vida y conocimos de tu existencia.
Es la cosecha de la bendición y el lote de tu heredad.
MMC/sep 2012
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