Hace muchos años, algo más de cuarenta, un viejo y lento bus recorría el largo camino que separaba Quilicura de Santiago.
Era un viaje extenso, interminable. La carretera de una sola vía impedía que se pudiera transitar más aprisa.
La vida era lenta, el paso de los años era lento.
Era el inicio de los años sesenta, aquel hermoso período en que nuestro planeta despertaba de un extenso sueño.
La época en que la música alteraba después de tantos años la convivencia hogareña y en donde los sonidos cadenciosos, dieron paso a los compases de la música electrónica.
Eran los años sesenta, cuando los pequeños y humildes niños de Quilicura, la mayoría hijos de campesinos iban tempranamente al colegio.
Eran niños pacíficos, como la vida misma del paisaje rural de nuestra amada tierra.
Era aquel bus que venía marcando los minutos desde nuestra capital, desde Mapocho cada día.
Era el bus de las siete y treinta de la mañana que transportaba a los jóvenes profesores que trabajaban acá en Quilicura.
Eran rostros joviales y alegres; soñadores
Recién asomaban a la vida del trabajo y tenían la ilusión, como todos, de cambiar el mundo.
El viaje para ellos no era agobiante, en la Escuela le esperaban los rostros inocentes de los niños y el inconfundible sonido de la campana.
El se había titulado como profesor en la Escuela Normal superior José Abelardo Núñez y comenzaba ahora su trabajo como profesor en la Escuela número treinta y dos.
En aquellos años, la comuna estaba dividida en dos grandes sectores, que no eran más que denominaciones geográficas: El sector del “pueblo” y el sector de “Las parcelas y la estación”.
Allí convivían nuestras antiguas familias. En estos dos espacios la vida era segura y quieta. Un ambiente “sosegado” como decían y comentaban nuestros padres.
No hubo entre nosotros ni envidias, ni celos, ni violencia, ni agresividades, no hubo en el Quilicura de ayer más que amistad, solidaridad, amor y respeto. Los niños de entonces pertenecían todos a una misma y gran familia. Familias de niños pobres cuyos padres intuían que con la educación la vida podría cambiar.
Y allí, en el sector de la estación, junto a la línea férrea, al otro lado del pequeño canal, estaba con sus inocentes cañones, la Escuela 32, la Señora Domitila y su equipo de profesores: Ana, Gertrudis, Hugo, Alberto, Marta, Carolina, Inés, Guacolda y algunos otros.
La Escuela era una vieja y estrecha construcción que funcionaba desde los inicios del siglo, y que ofrecía la educación y la cultura como pequeñas perlas de amor para este pueblo.
Rigoberto Puebla ingresó como profesor en el año 1965 en esta Escuela 32.
Desde allí inició su recorrido en esta geografía nuestra y fue marcando las innumerables generaciones de niños y jóvenes que nunca le olvidarán.
La alegría para él y para su familia, es saber con certeza que muchos niños y jóvenes de ayer que han venido en estas horas a saludarle forman el gran testimonio vivo de su obra.
Su rol como maestro ha sido trascendente, no fue un pasar en vano para los centenares de niños que sus ojos reconocieron. Su aporte a Quilicura, a la educación, a la seguridad, a la cultura, a la ecología, al deporte fue inmenso e incontable.
Seguramente los profesores que forjaron tantos niños en los años 60.70, 80, y que están con nosotros esta mañana, recordarán y estarán pensando en la grande semilla que esparció su colega. Una semilla de frutos abundantes que están y perduran entre nosotros con todos sus valores. Esas personas están hoy acá como testigos.
Alguien, uno de sus alumnos lo definió esta mañana como “maestro de maestros, señor de señores, profesor de profesores”.
Su estrella ya iluminaba desde siempre, porque Dios nos ha destinado antes de la creación del mundo para ser su alabanza, y sin que él lo supiera, Rigoberto fue alabanza de Dios en la Vocación del Maestro.
La familia Puebla Pizarro, vivía en Renca, allá en el barrio de la población Matucana.
Sus padres Rigoberto y María del Tránsito conformaron el hogar paterno junto a sus hermanos Sergio, Artemisa y Carlos.
Rigoberto nació el 03 de septiembre del año 1944, cumpliría 66 años en la próxima primavera,
Solían reunirse cada año con sus padres para la festividad de la Señora del Tránsito.
Dedicó su vida a la enseñanza, por eso, no es extraño, que en Quilicura en medio de reuniones y campeonatos escolares, conociera un día a quien sería su esposa y le acompañara hasta este día.
Contrajo matrimonio el día 15 de diciembre de aquel año de 1973, con la Profesora Tamara Castro.
Se conocieron como era de suponer entre gritos de niños en las actividades deportivas escolares.
En estos 37 años de matrimonio han conformado su hogar con los adorados hijos que están con nosotros acá: Rodrigo, Sebastián y María Pía.
De su padre adquirieron los valores más trascendentes El respeto y la tolerancia, pero sin duda la alegría de vivir.
Al promediar los años 90, Rigoberto asumió la Dirección de la Escuela 1584, ubicada en la Villa Parinacota. Ni alumnos ni profesores podrán olvidar la entrega y generosidad con que cada día enfrentaba su rol como Director.
Puso a disposición de su comunidad lo más grande que él tenía: su entrañable vocación.
El respeto que adquirió en esa comunidad y en Quilicura, es la misma siembra que él hizo: El respeto como la gran arma de trabajo y de entrega.
Una cruel enfermedad le aquejó desde hace poco más de dos años y falleció en la madrugada de este martes cuando Quilicura dormía.
En el libro de la vida está inscrito su nombre.
Y en el libro de nuestra pequeña historia quilicurana está la historia de este profesor que será recordado con especial emoción y cariño.
La campanada del cielo te llamó para que entraras en el aula de la eternidad.
Desde hoy al pasar la lista Dios sonreirá y escribirá: Rigoberto Puebla Pizarro:
Presente
junio 2010
Estimado Mario las tres alumnas que salen en la foto fueron mis alumnas, un gran legado que dejo mi director, el gran Rigoberto, amigo y gran Director, el tenía el don de decir hasta aquí vamos y hasta aquí llegamos. Siempre el profesor en primer lugar, fue un Director que apoyaba a sus dirigidos, reprimia a los malos alumnos con amor para cambiarlos y apoyaba a los mejores con todo y todos lo recursos. Como profesor logramos buenos logros en el ámbito deportivos y más en lo valorico, los apoderados lo respateban y logramos una matrícula de 1,800 alumnos. Rigo viejo zorro correteado te extraño tu amigo y dicípulo Ruben Isla.
ResponderEliminarMario, Fui alumno del "Profe Puebla", en la escuela "Del Cruce", me gusto ver la foto y leer la biografía. Muy lindos recuerdos de infancia.
ResponderEliminarSeguiré mirando tu blog, muy alimentador del recuerdo.
Un Abrazo.
Mario Donoso L.
Valdivia.