Hoy
conformamos una pequeña ciudad donde la identidad nos ha dejado y nos hemos
transformados en desconocidos, que caminan por sus calles y por sus centros
comerciales.
No
siempre fue así.
No
hace mucho, Quilicura era una pequeña y apacible aldea donde convivían la
naturaleza, las tradiciones y las familias.
No
hace mucho, cada año la primavera nos visitaba trayéndonos los aromas de la
nutrida flora que componía el paisaje.
No
hace mucho todos nos saludábamos y compartíamos lo más simple de la vida.
Fue
el Quilicura que en todo su esplendor le correspondió vivir a una de
nuestras más connotadas vecinas.
Era
la década de los años treinta, cuando el matrimonio de Ricardo Pérez y Victoria
Carrasco levantaron su casa en el antiguo sector de San Luis, en la calle San Martín que no se extendía más allá de
unas cuatro cuadras.
La
calle san Martín en aquellos años era como un gran patio por donde no
circulaban vehículos.
Por
entonces no éramos más de treinta mil
habitantes.
La
mayoría campesinos, inquilinos gente del campo que muy de madrugada caminaban a
sus labores con las herramientas sobre sus hombros.
Las
urgencias y la prisa no existían para los Quilicuranos, la vida era lenta y
parecía que se detenía en cada invierno o en cada verano, en cada estación
Nada
alteraba la paz y la quietud y ya cerca de las nueve de la noche nadie caminaba
por el villorrio que encendía unas débiles farolas.
En
esta quietud, el día 13 de noviembre del año 1939 nació Luisa del Carmen Pérez
Carrasco. Era una pequeña niña que compartía los juegos de muñecas y rondas
con sus hermanas Dominga, Eliana y Sylvia.
En
aquella época, Quilicura sólo contaba con un establecimiento educacional en el
sector del pueblo y allí en la Escuela N° 165, transcurrieron sus primeros años
de estudiante.
Como
todos los hogares de aquellos días, el esfuerzo, las privaciones y el
sacrificio constante, lograron que a los 17 años, en un Instituto
Comercial de la capital Luisa se
titulara como secretaria dactilógrafa.
No
era nada fácil, la comuna sólo contaba con un medio de transporte y el viaje
diario hacia Santiago suponía mucho tiempo.
Pero
esforzados niños y jóvenes de aquella generación lograron quebrar el destino y obtener un título.
Esto
le permitió muy joven, ingresar como
funcionaria a la entonces Ilustre Municipalidad de Quilicura.
El
edificio consistorial municipal hasta el año 1980, funcionó siempre en una
antigua casona de piedras ubicada al costado norte de la plaza de Quilicura.
Actualmente Dirección de Obras Municipales.
Allí
Luisa Pérez, inició su vida laboral que perduraría por mucho más de treinta años.
Fue
precisamente en este lugar de servicio público donde un día conocería a quien
fuera su esposo hermano y compañero para toda su existencia, Se conocieron con
Luis Fermín Martínez Abarca, en el año 1965
y antes de cumplir una año de noviazgo, se casaron en la Iglesia de los
Carmelitos, de Independencia con Mapocho el día 27 de enero del año 1966.
Constituyeron
su hogar en la calle Guardia Marina Riquelme 190, en el apacible lugar donde
convergen las calles Serrano y Los carreras. Sector del llamado “pueblo” de
Quilicura.
Allí,
junto a todos los antiguos vecinos del sector iniciaron la nueva etapa que
traería a sus vidas una hermosa familia: Mario, Pamela, EInela.
Al
igual como había ocurrido en su hogar paterno, los niños crecieron en lo que se
reconoce como un verdadero hogar, con la máxima felicidad pero también con los
problemas cotidianos. Se vivía esas maravillosas e inolvidables vacaciones de
estío en el campito de “Villa Alegre”, San Fernando, herencia de los abuelos
paternos de Luis Fermín.
Sin embargo no se puede dejar de mencionar las
inquebrantables tradiciones
cristianas, inspiradas en el evangelio y
en el mensaje de la misión apostólica.
Allí
en el barrio, una casa de madera, acogedora y abierta a los vecinos y amigos de
la comunidad se trasmitía la fe de una
forma natural, y donde muchos jóvenes
podían llegar a sentir que también era su casa, pese a las precariedades en que
se vivía. Allí en esa intimidad, muchos fueron salvados de la drogadicción, y
el alcoholismo.
En
ese ambiente de fe y de convivencia armónica, crecieron los hijos con los
preceptos de la Misa dominical, la vida en oración y los paseos hacia los lugares más simples de
Quilicura, los cerros y los esteros,
bajo los sauces.
Luisa
Pérez fue una de las fundadoras de la Acción Católica al inicio de los años
sesenta, en la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen y durante toda su vida ella, su esposo y sus
hijos permanecieron ligados a la pastoral.
Años
más tarde organizarían los “encuentros matrimoniales” lo que les permitió
entrar en contacto con muchos vecinos de la comuna como de otras comunidades
cercanas. No había más intención que ayudar a otros desde el evangelio. Tanto
ella como su esposo, siempre fueron testigos del amor de Dios expresado en los
sacramentos de la Iglesia. Es lo que les mantuvo unidos como matrimonio y como
familia hasta la muerte de su esposo Luis.
Pero
no fue lo único en su vida, también era amante del fútbol y desde muy pequeña y
hasta su juventud, formó parte del Club “Biblioteca” de nuestra comuna y
vibraba con los triunfos del equipo de la camiseta verde, en las gloriosas
tardes de los domingos en las antiguas canchas de nuestro pueblo.
Por
entonces Quilicura se movía entre la fe y las jornadas de fútbol.
Luisa
fue elegida por la comunidad, como
“Reina de la primavera”.
En el
campo laboral fue una funcionaria ejemplar. Pudo adaptarse a sus jefaturas políticas
sin problemas, realizando su trabajo con Regidores y Alcaldes de diferentes
tendencias. Fue Secretaria de la Alcaldía y sin embargo su labor se prolongaba
siempre más allá de las oficinas Institucionales, sus horarios y su accionar.
Muchas personas llegaban a tocar las puertas de su casa en busca de soluciones
a los más insólitos problemas personales, incluyendo los domingos y festivos.
Así
es como la conocía la comunidad, como la “Señorita Luisa”, quien tenía un trato
muy amable y muy serio con todos los vecinos. Y aún hoy, así es recordada por
los vecinos más antiguos de nuestro pueblo.
Luisa
fue la primera Directora de las organizaciones comunitarias.
También
se desempeñó como Actuaria en el Juzgado de Policía Local.
En el
campo gremial, con mucho esfuerzo, en época de gran efervescencia logró crear
la primera Asociación de Funcionarios Municipales donde ocupó el cargo de
presidenta.
La
señorita Luisa fue muy conocida y
reconocida por todos los funcionarios, por la comunidad y por las emergentes organizaciones
e instituciones de la comunidad.
Su
labor fue muy fructifica y en muchos casos extremadamente anónima
En el
año 1973, formaba parte de la cruz roja y debió presenciar y participar de
forma humanitaria en uno de los hechos más cruentos de nuestra historia. Como
integrante de la cruz roja debió atender a los prisioneros del estadio nacional
de Santiago.
Siempre
logró combinar sus accionar en todas las áreas en que le correspondió vivir en
nuestra comuna, como hija, como esposa y
como madre.
Junto
con Luis, fueron catequistas de la
Parroquia, bajo la Dirección espiritual
del párroco, padre Gerardo Parent, lo que significaba una acción
pastoral permanente que no tenía horarios y donde necesariamente, debieron
incorporar a sus hijos para visitar a los enfermos o para asistir a las
personas en los instantes de mayor soledad y dolor.
Su
vida ha sido un incesante trabajo y su actitud siempre activa frente a los
demás.
Luisa
además, fue presidenta del club de la
tercera edad “amor y paz” de la “Villa
Arturo Prat.”.
Hubo dos momentos de mucha debilidad que
marcarían para siempre su vida: La muerte de su querido y amado esposo le
provocaría un dolor y una angustia de la que no se recuperaría nunca más,
porque la promesa de amarlo hasta que la muerte les separara, siempre fue algo
muy real y encarnado en su fe.
Por otra parte, una cruel enfermedad le
privaría de seguir con su vida laboral y aunque en ocasiones recibió algún tipo
de reconocimientos, es probable que muy pocos recuerden su accionar en beneficio
de los más débiles.
Y en
el contexto de su enfermedad, cabe mencionar su desempeño como miembro del
Voluntariado en el Instituto Nacional del Cáncer, hasta hace muy poco tiempo.
En el
reposo de su hogar, en ocasiones le invadía la
melancolía y tristeza.
Sin
embargo, su mayor felicidad la constituían sus hijos y los ocho nietos que día a día
deambulan alegremente por cada rincón de su casa, contándoles sus aventuras,
alegrías, triunfos, y proyectos en los que siempre ella estaba incluida.
Era para ellos la “mejor de las madres y la más
ejemplar de las abuelitas”
Gran orgullo para Luisa, sus nietos Claudio y Freddy ya titulados como profesores de educación física.
En la
intimidad de sus pensamientos, entre la melancolía y la nostalgia, extrañaba el
vigor de antaño y el sinfín de actividades que siempre realizó a favor de la
comunidad.
Extrañaba
cada día, sin duda,
aquel Quilicura de ayer que ya no existe, el asistir a la antigua Parroquia de adobes
Nuestra Señora del Carmen, ver y conversar con los antiguos y queridos vecinos del barrio.
Ha
fallecido en una calurosa tarde de este mes de febrero y a los más antiguos que
habíamos convivido con ella, nos deja en una profunda consternación.
Es
doloroso pero real, que se deshojan los iconos de Quilicura.
Hay
una cosa cierta, el camino a su eternidad está plagado de la luz celestial.
Luisa
del Carmen Pérez Carrasco